Page 125 - La Odisea alt.
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puertas de Hades. Y avisté después de éste al gigantesco Orion, que persigue
sin tregua por el prado de asfódelos las fieras que él mismo matara en los
montes solitarios blandiendo su maza de bronce jamás fracturada. Y vi a Ticio,
el hijo de la gloriosa Gea, extendido en el suelo. Cubrían nueve pletros su
cuerpo, y dos buitres, uno por cada lado, le desgarraban el hígado, lacerándole
el vientre, y no podía apartarlos con sus brazos. Porque había ultrajado a Leto,
la augusta compañera de lecho de Zeus, cuando ella caminaba hacia Delfos,
por el amplio valle del Panopeo.
»Y vi también a Tántalo, que sufría terribles dolores, erguido en un lago.
El agua le lamía el mentón, estaba sediento y no podía llegar a beber. Pues
cuantas veces se agachaba el anciano anhelando beber, tantas el agua
desaparecía absorbida y a sus pies aparecía la negra tierra. Por encima de su
cabeza árboles de elevada copa extendían sus frutos, perales, granados,
manzanos de brillantes pomas, higueras dulzonas y olivos en flor. Pero cuando
el anciano se estiraba para cogerlos con sus manos, el viento los arrebataba
hacia las nubes sombrías.
»Y vi también a Sísifo, que padecía intensos dolores, sosteniendo una
enorme roca con sus dos manos. Apoyándose con manos y pies, empujaba
hacia arriba en la colina el pedrusco. Mas cuando estaba a punto de coronar la
cima, entonces una violenta fuerza lo derribaba hacia atrás. Y luego la
impúdica piedra rodaba hasta el llano. Y él, de nuevo, volvía a transportarla
con titánico esfuerzo. El sudor le brotaba y manaba de todos sus miembros, y
la polvareda lo envolvía desde la cabeza a los pies. Y tras éste divisé al fuerte
Heracles, sólo su sombra. Pues él, ya en compañía de los dioses inmortales, se
deleita en sus fiestas y tiene consigo a Hebe de hermosos tobillos, hija del gran
Zeus y de Hera, la de áureas sandalias. En torno a él se levantaba un vocerío
de muertos, como de pájaros que huyen, aterrorizados en tropel. Y él,
semejante a la tenebrosa noche, con su arco tenso y con una flecha en la
cuerda, lanzaba en torno fieras miradas como quien va dispuesto a dispararlo
una y otra vez. Sobre su pecho llevaba cruzado un tremendo tahalí, todo
forjado en oro, en que estaban labradas prodigiosas figuras: osos, jabalíes
monteses y leones de ojos chispeantes, peleas, batallas, muertes y matanzas de
guerreros. No sabría fabricar otro igual con todo su arte el artista que aquel
tahalí ilustró con todo su oficio.
»Al momento él me reconoció, viéndome ante sus ojos, y,
compadeciéndose de mí, me dijo estas palabras aladas:
»“¡Divino hijo de Laertes, muy mañoso Odiseo!
¡Ah, infeliz! Sin duda también tú arrostras un doloroso destino, como el
que yo soportaba bajo los rayos del sol. Era hijo de Zeus Crónida, pero tenía
una inagotable pesadumbre. Porque estaba sometido a un hombre muy