Page 135 - La Odisea alt.
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la  quilla,  y  el  mástil  se  quebró  sobre  ella.  Sobre  éste  estaba  prendido  un
               obenque hecho del cuero de un buey. Con él até unidos la quilla y el palo, y
               sentándome sobre ellos me dejé arrastrar por los crueles vientos. Cuando el
               Céfiro  calmó  su  furor  tempestuoso,  arreció  de  pronto  el  Noto,  trayendo
               angustia  a  mi  ánimo,  por  temor  de  que  fuera  a  exponerme  de  nuevo  a  la
               funesta Caribdis. Toda la noche me vi zarandeado, y al salir el sol llegaba al

               peñón de Escila y a la terrible Caribdis.

                   »Reabsorbió ella el agua salobre del mar, pero yo, alzándome de un salto
               en  el  aire,  me  agarré  a  la  alta  higuera,  colgándome  de  ella  como  un
               murciélago. No tenía dónde fijar mis pies ni modo de trepar, ya que estaban
               lejos sus raíces y las ramas muy en lo alto, largas y extensas, que cubrían de
               sombra a Caribdis. Sin vacilar me mantuve bien asido, hasta que ella vomitara

               de nuevo la quilla y el mástil. Lo esperé con ansia, y al fin reaparecieron. A la
               hora en que un hombre vuelve para cenar de la plaza después de haber juzgado
               muchos pleitos de litigantes tenaces, entonces reaparecieron los maderos desde
               el hondón de Caribdis. Enseguida dejé yo de sujetarme de pies y manos y caí
               de  golpe  allí,  en  el  medio,  sobre  los  larguísimos  maderos.  Y  me  senté  a
               horcajadas y remé con mis dos manos. No permitió el Padre de los hombres y
               los  dioses  que  Escila  me  avistara.  En  ese  caso  no  habría  escapado  de  una

               abrupta muerte.

                   »Desde  allí  fui  arrastrado  durante  nueve  días  y  a  la  décima  noche  los
               dioses  me  dejaron  en  Ogigia,  donde  vive  Calipso,  la  de  hermosas  trenzas,
               terrible diosa de humana voz. Ella me albergó cariñosa y me cuidó. ¿Qué más
               te voy a contar? Ya ayer te lo relaté, en tu palacio, a ti y a tu noble esposa. Me
               resulta penoso volver a decir lo que ya he contado con detalles».




                                                    CANTO XIII



                   Así dijo. Todos los demás quedáronse quietos y en silencio. El encanto los
               tenía dominados en la sala ensombrecida. Y entonces tomó la palabra Alcínoo
               y dijo:

                   «Odiseo,  puesto  que  alcanzaste  mi  casa  de  broncíneo  umbral  y  elevada
               techumbre,  creo  que  no  vagarás  por  más  tiempo  errabundo  para  lograr  tu

               regreso, que muchísimo ya has sufrido. Respecto a vosotros, a uno por uno os
               animo y os invito, a todos quienes en mi palacio bebéis siempre el vino rojo de
               los  nobles  ancianos  y  escucháis  al  aedo.  Ya  están,  para  nuestro  huésped,
               guardadas en un pulido arcón las ropas, el oro bien labrado y todos los otros
               regalos  que  aquí  han  traído  los  consejeros  de  los  feacios.  Así  que,  vamos,
               ofrezcámosle  un  trípode  grande  y  un  caldero  cada  uno,  y  más  adelante  nos
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