Page 127 - La Odisea alt.
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peligros, a fin de que no sufráis en algún doloroso paso un funesto desastre en
               tierra o por mar”.

                   »Así  dijo,  y  de  nuevo  convencido  quedó  nuestro  bravo  ánimo.  Así
               entonces  todo  el  día,  hasta  la  puesta  del  sol,  nos  quedamos  dándonos  un
               banquete de carne sin tasa y dulce vino. En cuanto el sol se hundió y sobrevino
               la oscuridad los otros se echaron a dormir junto a las amarras de popa, y ella,
               tomándome de la mano, me hizo sentarme lejos de mis camaradas y se puso a

               mi lado y me preguntó sobre todo el viaje. Por mi parte se lo conté todo en
               muy buen orden. Luego me habló la venerable Circe con estas palabras:

                   »“Todo eso ha quedado así cumplido. Tú escúchame lo que voy a decirte y
               un dios en persona te lo va a recordar.

                   »En primer lugar llegarás junto a las Sirenas, las que hechizan a todos los
               humanos  que  se  aproximan  a  ellas.  Cualquiera  que  en  su  ignorancia  se  les

               acerca y escucha la voz de las Sirenas, a ése no le abrazarán de nuevo su mujer
               ni sus hijos contentos de su regreso a casa. Allí las Sirenas lo hechizan con su
               canto fascinante, situadas en una pradera. En torno a ellas amarillea un enorme
               montón de huesos y renegridos pellejos humanos putrefactos. ¡Así que pasa de
               largo! En las orejas de tus compañeros pon tapones de cera melosa, para que
               ninguno de ellos las oiga. Respecto a ti mismo, si deseas escucharlas, que te
               sujeten a bordo de tu rápida nave de pies y de manos, atándote fuerte al mástil,

               y que dejen bien tensas las amarras de éste, para que puedas oír para tu placer
               la voz de las dos Sirenas. Y si te pones a suplicar y ordenar a tus compañeros
               que  te  suelten,  que  ellos  te  aseguren  entonces  con  más  ligaduras.  Después,
               cuando ya tus compañeros las hayan pasado de largo, no voy a explicarte de
               modo  puntual  cuál  será  tu  camino,  porque  debes  decidirlo  tú  mismo  en  tu

               ánimo.

                   »Pero  te  mencionaré  las  dos  alternativas.  Por  un  lado  hay  unas  rocas
               escarpadas, contra las cuales retumba el espantoso oleaje de Anfitrite de azules
               pupilas.  Son  las  que  llaman  Rocas  Errantes  los  dioses  felices.  Por  allí  no
               cruzan ni las aves, ni siquiera las trémulas palomas que le llevan la ambrosía a
               Zeus Padre, pues siempre a alguna de ellas la arrebata la pared rocosa. Pero
               luego envía otra el Padre para equilibrar su número. Por allí nunca jamás se

               deslizó ningún bajel humano de paso, sino que destrozados maderos de navíos
               y cuerpos humanos zarandean de acá allá las olas del mar y los turbiones de
               fuego  mortífero.  Tan  sólo  una  nave  surcadora  del  alta  mar  las  atravesó:  la
               Argo, celebrada por todos, que navegaba desde el país de Eetes. E incluso ésta
               se habría destrozado contra las grandes rocas de no haberla impulsado Hera,
               que tenía gran cariño por Jasón.


                   »Por otro lado se elevan dos grandes peñas. La una alcanza el amplio cielo
               con su aguzado pico, y la envuelve una negra nube. Ésta jamás se despeja, y
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