Page 129 - La Odisea alt.
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ovejas,  con  cincuenta  reses  por  hato.  No  les  nace  ninguna  cría  y  ninguna
               muere jamás. Diosas son sus pastoras, unas Ninfas de bellas trenzas: Faetusa y
               Lampetía, a las que dio a luz la divina Neera para Helios Hiperión. Después de
               parirlas y criarlas su venerable madre las instaló en la isla de Trinacia, para
               que  habitaran  allí  lejos  y  guardaran  los  rebaños  de  su  padre  y  las  vacas  de
               curvos cuernos. Si dejas a estos animales indemnes y te cuidas de tu regreso,

               quizás  logréis  arribar  a  Ítaca,  aunque  sufráis  desdichas.  Pero  si  los  dañáis,
               entonces te pronostico la destrucción de tu nave y tus compañeros. Y si acaso
               tú  escapas,  llegarás  tarde  y  mal,  después  de  haber  perdido  a  todos  tus
               camaradas”.

                   »Así habló, y pronto llegó la Aurora de áureo trono. Se retiró al interior de
               su isla la divina entre las diosas, mientras que yo me ponía en camino hacia mi

               barco y exhortaba a mis compañeros a que subieran a bordo y se aprestaran
               junto a los escálamos. Sentados en fila se pusieron a batir el mar espumoso
               con sus remos. De nuevo desde atrás de la nave de azulada proa nos enviaba
               un viento favorable, que henchía las velas como noble acompañante, Circe de
               bellas  trenzas,  la  terrible  diosa  de  humana  voz.  Pusimos  en  orden  nuestros
               aparejos  y  nos  sentamos  tranquilos  en  la  nave,  que  dirigían  el  viento  y  el
               timonel. Entonces yo hablaba a mis camaradas con corazón afligido:


                   »“Amigos,  no  debe  ser  uno  sólo  ni  dos  los  únicos  que  conozcan  las
               profecías que me contó Circe, divina entre las diosas. Así que os las voy a
               decir para que, conociéndolas todos, o muramos o tomemos precauciones para
               escapar a la muerte y el destino. En primer lugar, nos aconseja precavernos de
               la voz y del prado florido de las divinas Sirenas. A mí sólo me deja escuchar
               su voz. Atadme, pues, con rigurosas ligaduras, para que me quede aquí fijo, de
               pie  junto  al  mástil,  y  que  estén  muy  fuertes  las  amarras.  Y  si  os  suplico  y

               ordeno  que  me  desatéis,  entonces  vosotros  sujetadme  más  fuerte  con  otras
               maromas”.

                   »Con semejantes palabras informé de todo a mis compañeros, mientras que
               la bien construida nave llegaba a la isla de las Sirenas. La impulsaba un viento
               propicio. De pronto allí amainó el aire y se produjo una calma chicha, y la
               divinidad  adormeció  las  olas.  Los  compañeros  se  levantaron  y  plegaron  las

               velas del barco, y las recogieron dentro de la cóncava nave y, tomando en sus
               manos los remos, sentados blanqueaban el mar con las pulidas palas. A mi vez
               yo corté con mi aguda espada una gruesa tajada de cera y la fui moldeando en
               pequeños trozos con mis robustas manos. Pronto se caldeaba la cera, ya que la
               forzaba una fuerte presión de los rayos de Helios, el soberano Hiperiónida. A
               todos mis compañeros, uno tras otro, les taponé con la masa los oídos. Y ellos

               me  ataron  a  su  vez  de  pies  y  manos  en  la  nave,  erguido  junto  al  mástil,  y
               reforzaron las amarras de éste. Y sentados a los remos se pusieron a batir el
               mar espumoso con sus palas.
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