Page 128 - La Odisea alt.
P. 128
nunca el aire limpio rodea su cumbre ni en verano ni en otoño. No la puede
escalar ni conquistar ningún mortal, ni aunque tuviera veinte manos y veinte
pies. Porque esa roca es lisa, tanto como si estuviera pulida. En el centro de la
roca hay una tenebrosa caverna, orientada a poniente, al Erebo, a la que
vosotros, ilustre Odiseo, podéis dirigir vuestra cóncava nave. Ni siquiera un
arquero vigoroso disparando su flecha desde su cóncavo navío podría alcanzar
el fondo del antro. Allí habita Escila que lanza atronadores aullidos. Su voz, en
efecto, es como la de un joven cachorro, pero ella es un monstruo espantoso.
Nadie se alegraría de verla, ni siquiera un dios que se topara con ella. Tiene
doce patas, todas deformes y seis cuellos larguísimos, y sobre cada uno de
ellos una cabeza horrible, y en ellas tres filas de dientes, agudos y apretados,
repletos de negra muerte. A medias está sumergida en la hueca caverna, y
emergen por encima del tremendo abismo sus cabezas, por allí se mueve
escrutando la cueva, y pesca delfines y perros marinos, o tal vez captura algún
cetáceo mayor, de los que a miles nutre la ululante Anfitrite. Jamás de allí se
jactan los navegantes de escapar sin daño en la nave, pues con cada cabeza se
lleva a un hombre, arrebatándolo de golpe del barco de proa azul.
»Verás muy cerca el otro promontorio, Odiseo, que es más bajo. Podrías
superarlo con un tiro de flecha. Sobre él hay una enorme encina silvestre, de
frondoso follaje. Por debajo de él la divina Caribdis sorbe el agua negra, tres
veces al día la vomita y tres la absorbe tremendamente. ¡No vayas tú a
acercarte por allí cuando la succiona! No podría entonces salvarte del desastre
ni siquiera el Sacudidor de la tierra. Así que, manteniendo tu nave pegada al
escollo de Escila, pasa de largo a toda prisa porque es mucho mejor
ciertamente echar de menos a seis hombres de tu nave que a todos juntos”.
»Así me dijo, y yo, angustiándome, le contesté:
»“Pero ahora, diosa, dime esto sin más rodeos: ¿acaso podría escapar por
un lado a la funesta Caribdis y, de otro, defenderme de Escila, cuando vaya a
atacar a mis compañeros?”.
»Así hablé, y ella, la divina entre las diosas, al punto repuso:
»“¡Insensato, de nuevo te empeñas en combates guerreros y porfías! ¿Ni
siquiera ante dioses inmortales vas a claudicar? No es ésa una mortal, sino una
fiera inmortal, terrible, atroz, salvaje e incombatible. No hay ninguna defensa
posible. Lo mejor es huir de ella. Pues si fueras capaz de revestir tus armas al
pie de su roca, temo que de nuevo se abalanzara sobre ti y te alcanzara con
todas sus cabezas y te arrebatara de nuevo otros tantos hombres. Así que pasad
a toda prisa, e invoca a Crataide, la madre de Escila, que la parió para desdicha
de los mortales. Ésta entonces la detendrá para que no ataque de nuevo.
»Llegarás a la isla de Trinacia, donde pacen las numerosas vacas y las
pingües ovejas de Helios. Siete manadas de vacas y otros tantos rebaños de