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inferior, que me impuso muy arduas tareas. Incluso cierta vez me envió aquí
para llevarme al perro, porque pensaba que no había trabajo más penoso que
éste. Pero yo me lo llevé y lo saqué del Hades. Me acompañaban Hermes y
Atenea de ojos glaucos”.
»Después de haber hablado así, él de nuevo se internó en la casa de Hades.
En cuanto a mí, me quedé quieto, por si acaso acudía algún otro de los héroes
famosos que en el pasado murieron. Y todavía habría contemplado a otros
guerreros de antaño, tal como yo deseaba [como Teseo y Pirítoo, gloriosos
hijos de dioses]. Pero se fueron reuniendo miles de cadáveres con un inmenso
griterío. Y se apoderó de mí un pálido terror de que me enviara tal vez la
cabeza de la Gorgona, espantoso monstruo, desde el fondo del Hades la
augusta Perséfone. Enseguida me volví a mi nave y ordené a mis compañeros
que subieran a bordo y desatamos las amarras de popa. Ellos embarcaron de
inmediato y se sentaron junto a sus escálamos. Hacia el río Océano llevaba a
nuestra nave el curso de las aguas, primero bajo el impulso de los remos y
luego por un viento favorable.
CANTO XII
»Cuando nuestra nave dejó la corriente del río Océano y llegó sobre las
ondas del mar de amplio curso a la isla de Eea, donde están la mansión y los
espacios de danza de la Aurora matutina y las salidas del sol, nos arrimamos a
la costa y varamos el barco en las arenas, y echamos pie a tierra en la ribera
marítima. Y allí nos entregamos al sueño y aguardamos la divina Aurora.
»Apenas brilló matutina la Aurora de dedos rosáceos, al momento yo envié
por delante a unos compañeros hacia la morada de Circe para que trajeran el
cadáver del difunto Elpénor, hasta donde avanzaba más alta la costa, y
vertíamos copioso llanto. Luego que se hubo quemado el cadáver y sus armas,
levantamos un túmulo y, erigiendo una estela, clavamos en los más alto de su
tumba su manejable remo.
»Nos ocupamos de todo esto paso a paso. Pero a Circe no le pasó
inadvertido que habíamos regresado del Hades. Así que se acicaló y acudió.
La escoltaban sus sirvientas que aportaban pan y carne abundante y fogoso
vino rojo. Ella se situó en medio y nos habló la divina entre las diosas:
»“¡Temerarios, que en vida habéis bajado a la mansión de Hades, dos
veces mortales, mientras que los otros humanos mueren sólo una vez! Vamos,
tomad esta comida y bebed vuestro vino aquí todo el día. En cuanto aparezca
la Aurora, volveréis a navegar. Yo os indicaré la ruta y os mostraré sus