Page 126 - La Odisea alt.
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inferior, que me impuso muy arduas tareas. Incluso cierta vez me envió aquí

               para llevarme al perro, porque pensaba que no había trabajo más penoso que
               éste. Pero yo me lo llevé y lo saqué del Hades. Me acompañaban Hermes y
               Atenea de ojos glaucos”.

                   »Después de haber hablado así, él de nuevo se internó en la casa de Hades.
               En cuanto a mí, me quedé quieto, por si acaso acudía algún otro de los héroes
               famosos  que  en  el  pasado  murieron.  Y  todavía  habría  contemplado  a  otros

               guerreros  de  antaño,  tal  como  yo  deseaba  [como  Teseo  y  Pirítoo,  gloriosos
               hijos de dioses]. Pero se fueron reuniendo miles de cadáveres con un inmenso
               griterío.  Y  se  apoderó  de  mí  un  pálido  terror  de  que  me  enviara  tal  vez  la
               cabeza  de  la  Gorgona,  espantoso  monstruo,  desde  el  fondo  del  Hades  la
               augusta Perséfone. Enseguida me volví a mi nave y ordené a mis compañeros

               que subieran a bordo y desatamos las amarras de popa. Ellos embarcaron de
               inmediato y se sentaron junto a sus escálamos. Hacia el río Océano llevaba a
               nuestra nave el curso de las aguas, primero bajo el impulso de los remos y
               luego por un viento favorable.




                                                     CANTO XII


                   »Cuando nuestra nave dejó la corriente del río Océano y llegó sobre las

               ondas del mar de amplio curso a la isla de Eea, donde están la mansión y los
               espacios de danza de la Aurora matutina y las salidas del sol, nos arrimamos a
               la costa y varamos el barco en las arenas, y echamos pie a tierra en la ribera
               marítima. Y allí nos entregamos al sueño y aguardamos la divina Aurora.

                   »Apenas brilló matutina la Aurora de dedos rosáceos, al momento yo envié
               por delante a unos compañeros hacia la morada de Circe para que trajeran el

               cadáver  del  difunto  Elpénor,  hasta  donde  avanzaba  más  alta  la  costa,  y
               vertíamos copioso llanto. Luego que se hubo quemado el cadáver y sus armas,
               levantamos un túmulo y, erigiendo una estela, clavamos en los más alto de su
               tumba su manejable remo.

                   »Nos  ocupamos  de  todo  esto  paso  a  paso.  Pero  a  Circe  no  le  pasó
               inadvertido que habíamos regresado del Hades. Así que se acicaló y acudió.
               La escoltaban sus sirvientas que aportaban pan y carne abundante y fogoso

               vino rojo. Ella se situó en medio y nos habló la divina entre las diosas:

                   »“¡Temerarios,  que  en  vida  habéis  bajado  a  la  mansión  de  Hades,  dos
               veces mortales, mientras que los otros humanos mueren sólo una vez! Vamos,
               tomad esta comida y bebed vuestro vino aquí todo el día. En cuanto aparezca
               la  Aurora,  volveréis  a  navegar.  Yo  os  indicaré  la  ruta  y  os  mostraré  sus
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