Page 131 - La Odisea alt.
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para mis compañeros. Pero no pude atisbarla de ningún modo. Se me fatigaron

               los ojos de escrutar por todos lados la brumosa roca.

                   »Navegábamos entre sollozos a través del estrecho paso. A un lado Escila.
               Y, por el otro, la divina Caribdis comenzó a sorber espantosamente el agua
               salina del mar. Cuando luego la vomitaba de nuevo, como un caldero sobre el
               intenso fuego, borboteaba con fieros remolinos, y por arriba la espuma bañaba
               las cimas de ambos escollos. Cada vez que absorbía el agua salina del mar se

               divisaba  en  el  fondo  un  remolino  ululante,  y  en  torno  a  la  roca  resonaban
               escalofriantes mugidos, y allá abajo se dejaba ver la tierra de arena negra. A
               los míos les atenazaba el pálido terror.

                   »Mientras nosotros la contemplábamos temerosos de la muerte, de pronto
               Escila me arrebató de la cóncava nave a seis hombres, que eran los mejores
               por  sus  brazos  y  fuerzas.  Los  busqué  con  la  vista  por  la  rápida  nave,  y  de
               pronto vi allá en lo alto sus pies y sus brazos, mientras eran alzados por los

               aires.  Gritaban  chillando  mi  nombre  en  su  último  clamor,  con  el  corazón
               angustiado. Como cuando sobre un saliente un pescador de larga caña arroja
               como  señuelo  para  los  peces  pequeños  trocitos  de  sebo  y  lanza  al  mar  el
               cuerno de un buey de los campos, y luego los captura y los arroja agonizantes
               a  tierra,  así  ellos,  agonizantes,  eran  arrojados  sobre  las  rocas.  Y  allí,  a  la

               entrada, se puso a devorarlos, y ellos aullaban, mientras tendían hacia mí sus
               brazos en la horrible matanza. Aquello fue lo más desgarrador que yo vi ante
               mis ojos de todo cuanto sufrí recorriendo las rutas de la mar.

                   »Luego,  cuando  hubimos  escapado  de  la  terrible  Caribdis  y  de  Escila,
               pronto llegamos a una isla espléndida. Allí estaban las vacas de amplia testuz
               y los gruesos y muchos rebaños de Helios Hiperión. Cuando estaba todavía en

               el mar a bordo de mi negra nave ya oí el mugir de las vacas al entrar en sus
               establos, y el balar de las ovejas. Y me vino a la memoria la advertencia del
               adivino ciego, el tebano Tiresias, y de Circe de Eea, quien repetidamente me
               aconsejó  que  nos  guardáramos  de  la  isla  de  Helios,  el  que  alegra  a  los
               mortales.

                   »Así que entonces me dirigí a mis compañeros, afligido en mi corazón:

                   »“¡Escuchad bien mis palabras, por muy apenados que estéis! Porque os
               voy a decir los vaticinios de Tiresias y de Circe de Eea, quien repetidamente

               me recomendó que nos cuidáramos de la isla de Helios, el que alegra a los
               mortales.  Pues  aseguraba  que  aquí  nos  esperaba  un  cruelísimo  desastre.
               Conque ¡impulsad la negra nave para pasar de largo la isla!”.

                   »Así dije y a ellos se les estremeció el corazón. Enseguida me respondió
               Euríloco con palabras rencorosas:

                   »“¡Eres  inhumano,  Odiseo,  te  sobra  coraje  y  no  sientes  la  fatiga  en  tus
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