Page 132 - La Odisea alt.
P. 132
miembros! Seguro que estás hecho todo de hierro, si a tus compañeros
agotados de cansancio y de sueño no les dejas bajar a tierra. Aquí de nuevo en
la isla rodeada de mar podríamos preparar una sabrosa comida. Pero nos
mandas, en cambio, a vagar sin rumbo en la súbita noche, rechazados lejos de
la isla, sobre la brumosa alta mar. En las noches se desatan atroces vientos,
ruinas de los navíos. ¿Cómo podría uno escapar de una destrucción brusca si
de improviso nos asalta la tempestad del huracán, o del Noto o del Céfiro
borrascoso, que muy a menudo descuartizan una nave, sin quererlo los dioses
inmortales? Vamos, ahora obedezcamos a la oscura noche y preparémonos la
cena, descansando al pie de nuestro veloz navío. Y, levantándonos al alba, lo
botaremos de nuevo al ancho mar”.
»Así habló Euríloco, y asentían los demás compañeros. Por entonces ya
advertía que un dios nos tramaba desdichas, y, dirigiéndome a aquél, le dije
estas palabras aladas:
»“Euríloco, mucho me forzáis, porque estoy solo. Mas, sea, prestadme
todos un solemne juramento. Que si encontramos alguna manada de vacas o
un gran rebaño de ovejas, ninguno, en gestos insensatos, va a dar muerte a una
vaca o un cordero. Sino que comed en paz los víveres que nos ha ofrecido la
inmortal Circe”.
»Así les dije y ellos al punto prestaron juramento como yo les exigía.
Conque, después de que hubieron jurado y concluida la jura, atracamos
nuestra bien construida nave en un espacioso fondeadero junto a un manantial
de agua dulce, y muy pronto preparamos diestramente la cena. Luego que
hubieron saciado su ansia de comida y bebida se echaron a llorar recordando a
sus queridos camaradas, a los que Escila arrebató de la cóncava nave y devoró.
Entre llantos les envolvió un profundo sueño.
»Pero cuando ya quedaba sólo un tercio de noche y se ponían las estrellas,
envió una furiosa tormenta Zeus, el amontonador de nubes, con un
extraordinario huracán, y recubrió de nubarrones a la vez la tierra y el mar.
Desde el cielo se desplomaba la noche.
Apenas surgió matutina la Aurora de dedos rosáceos, atracamos la nave
resguardándola en una cóncava gruta, donde había hermosos lugares de danza
y de asueto de las Ninfas. Allí convoqué una reunión y dije ante todos:
»“Amigos, ya que en la rauda nave nos quedan comida y bebida,
abstengámonos de tocar las vacas, para no sufrir nada. Porque son de un
terrible dios esas reses y esas pingües ovejas; son de Helios, que todo lo ve y
todo lo oye”.
»Así les dije, y se dejó persuadir su esforzado ánimo. Durante todo un mes
sopló el Noto incesante, y ningún otro viento surgió después, sino tan sólo el