Page 124 - La Odisea alt.
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que vi después del divino Memnón. Y luego, cuando nos metimos dentro del
               caballo que construyó Epeo los mejores de los argivos, y quedó todo a mis
               órdenes, tanto el salir como el mantener firme la densa emboscada. Entonces
               otros  caudillos  y  jefes  de  los  dánaos  derramaban  lágrimas  mientras  les
               temblaban por debajo los miembros; pero a él nunca jamás le vi ante mis ojos
               ni  palidecer  en  su  bello  rostro  ni  enjugarse  el  llanto  de  sus  mejillas.  Él  a

               menudo  me  suplicaba  que  saliéramos  del  caballo.  Agitaba  con  furia  la
               empuñadura de la espada y la lanza pesada por el bronce, y profería amenazas
               a los troyanos. Y cuando destruimos la escarpada ciudadela de Príamo, con
               buena fortuna y excelente botín subió a bordo de la nave, indemne, sin que lo
               alcanzara el agudo bronce ni sufrir heridas en el cuerpo a cuerpo, tal como
               muchas veces pasa en la guerra. En la refriega muestra su furor Ares”.


                   »Así  le  hablé.  El  alma  del  Eácida  de  pies  veloces  empezó  a  alejarse  a
               grandes pasos por el prado de asfódelos, contento porque le había dicho que
               tenía un hijo formidable.

                   »Las otras almas de los muertos extinguidos permanecían allí apenadas y
               cada  una  contaba  sus  propias  desgracias.  Sola  el  alma  de  Ayante,  hijo  de
               Telamón, se mantenía distante, conservando su rencor por mi victoria, la que
               logré en el juicio por las armas de Aquiles al pie de nuestras naves. Las ofreció

               su divina madre y sentenciaron el certamen los hijos de los aqueos y Palas
               Atenea.  ¡Ojalá  no  hubiera  yo  vencido  en  semejante  prueba!  ¡Porque  así  no
               habría cubierto la tierra por tal causa una cabeza como la de Ayante, quien por
               su arrogancia y sus hazañas era el mejor entre todos los aqueos, después del
               irreprochable Pelida!

                   »A él me dirigí yo con palabras amables:

                   »“¡Ayante, hijo de Telamón! ¿No vas a querer, ni estando muerto, olvidar

               tu rencor contra mí a causa de las armas malditas? Los dioses impusieron ese
               desastre a los argivos. Pues para ellos tu muerte fue como el desplomarse una
               torre.  Por  tu  muerte,  como  por  la  del  mismo  Aquiles,  hijo  de  Peleo,  nos
               apenamos  sin  descanso.  Ningún  otro  fue  culpable  de  eso,  sino  Zeus,  que
               odiaba ferozmente al ejército de los dánaos lanceros, y te infligió semejante
               destino. Conque ven aquí, gran señor, para que escuches nuestras palabras y

               nuestras noticias. Aplaca tu cólera y tu furor enconado”.

                   »Así  le  dije,  él  nada  me  contestó  y  se  fue  con  otras  almas  de  muertos
               difuntos hacia el Erebo. Entonces, aun enfurecido, habría podido hablarme, y
               yo a él.

                   »Pero mi ánimo, en mi interior, deseaba ver más almas de otros difuntos.
               Allí luego vi a Minos, esplendoroso hijo de Zeus, que administra justicia a los
               muertos  empuñando  un  áureo  cetro  en  su  trono.  Los  demás  solicitan  sus

               sentencias rodeando al soberano, sentados o en pie en la mansión de anchas
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