Page 109 - La Odisea alt.
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»La cuarta empezó a traer agua y encendía un fuego intenso bajo una gran
trébede. El agua se iba caldeando, y cuando ya empezaba a hervir en el
brillante recipiente de bronce, me hizo sentarme en la bañera y me la echaba
desde el amplio caldero, templándola a mi gusto, sobre mi cabeza y mis
hombros, hasta que desapareció el cansancio de mi cuerpo. Y después de que
me hubo lavado y ungido con suave óleo, me vistió con una hermosa túnica y
un manto, y me invitó a sentarme en un sillón tachonado de clavos de plata,
hermoso y bien tallado. Bajo mis pies colocó un escabel. Otra sirvienta acudió
con un aguamanil hermoso de oro, y derramó el agua sobre una bandeja de
plata para que me lavara las manos. Al lado dispuso una pulimentada mesa. La
venerable despensera acudió trayendo el pan, y añadiendo muchos manjares,
espléndida en sus ofertas. Y me invitaba a probarlos. Pero no me apetecía en
mi ánimo. Me quedé meditabundo; mi ánimo recelaba desgracias.
»Cuando Circe me vio sentado y sin echar mis manos a la comida, y que
me dominaba un amargo pesar, se puso a mi lado y me dijo palabras aladas:
»“¿Por qué así, Odiseo, estás sentado como un mudo, royendo tu ánimo,
sin tocar la comida ni la bebida? ¿Es que temes todavía alguna trampa? No
debes temerla, en absoluto. Pues yo ya te lo aseguré con un firme juramento”.
»Así me habló, y yo, contestándola, dije:
»“Ah, Circe, ¿qué hombre, siendo cabal, soportaría saciarse de comida y
bebida, antes de liberar a sus compañeros y verlos libres a su lado? Conque, si
de corazón me invitas a comer y a beber, libéralos para que vea ante mis ojos a
mis fieles compañeros”.
»Así le dije, y Circe cruzó a grandes pasos la sala, con la varita en sus
manos, y abrió las puertas de la pocilga y sacó a los míos, semejantes a cerdos
de nueve años. Allí enfrente se alinearon quietos y Circe fue pasando ante
ellos y los iba untando uno tras otro con un ungüento. De sus cuerpos
empezaron a desprenderse los pelos, que les había hecho crecer el filtro
maléfico que les diera la venerable Circe. Y resurgían en forma de hombres,
más jóvenes de lo que eran antes y mucho más hermosos y de más robusto
aspecto. Ellos me reconocieron y, uno por uno, me abrazaron, y todos
rompieron en un ansioso llanto, y en torno resonaba la casa con un tremendo
eco. La diosa misma se compadecía de ellos.
»Y se colocó a mi lado y me decía la divina entre las diosas:
»“Divino hijo de Laertes, Odiseo de muchas mañas, dirígete ahora a tu
rápida nave y a la orilla del mar. Y enseguida sacad el barco a tierra firme y
poned en recaudo vuestros bagajes y luego vuelve y trae acá a tus leales
compañeros”.
»Así me habló, y quedó, desde luego, persuadido mi ánimo valeroso, y me