Page 111 - La Odisea alt.
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encontramos a todos disfrutando de un buen banquete en su palacio. En cuanto
               se vieron unos y otros y se reconocieron en el reencuentro, se echaron a llorar
               sollozantes, y en toda la mansión resonaban los ecos. Y colocándose a mi lado
               me dijo la divina entre las diosas:

                   »“Divino hijo de Laertes, muy mañoso Odiseo, que cese ya el fuerte llanto.
               También yo sé cuántos dolores sufristeis en la mar rica en peces, y cuánto os
               atormentaron  en  tierra  gentes  brutales.  Pero,  vamos,  comed  la  comida  y

               trasegad el vino, hasta recobrar de nuevo el ánimo en vuestro pecho, que sea
               como cuando al comienzo dejasteis vuestra tierra patria en la pedregosa Ítaca.
               Ahora estáis desfallecidos y exánimes, con el tenso recuerdo de vuestra penosa
               erranza. No tenéis el ánimo propenso al gozo, porque, en efecto, habéis sufrido
               muchos males”.

                   »Así dijo, y otra vez quedó persuadido nuestro ánimo. Nos quedamos allí
               días y días hasta cumplido un año gozando en el banquete de carnes sin tasa y

               dulce  vino.  Pero  cuando  ya  pasaba  el  año  y  se  repetían  las  estaciones,  y
               transcurrieron los meses y los días largos reaparecieron, entonces mis fieles
               compañeros me llamaron aparte y me dijeron:

                   »“¡Ah, descuidado, ya es tiempo de acordarnos de la tierra patria, si es tu
               destino volver sano y salvo a tu hogar arraigado y a la tierra paterna!”.


                   »Así dijeron, y dejóse convencer mi esforzado ánimo.

                   »De modo que, entonces, todo el día hasta la puesta del sol nos quedamos
               gozando en el banquete de carnes sin tasa y dulce vino. Pero cuando el sol se
               hundió  y  sobrevino  la  oscuridad,  ellos  se  fueron  a  acostar  en  las  salas
               sombrías,  y  yo,  metiéndome  en  el  precioso  lecho  de  Circe,  de  rodillas  le
               supliqué, y la diosa escuchaba mi lamento:

                   »“Circe,  cúmpleme  la  promesa  que  me  diste  antaño,  de  enviarme  a  mi
               hogar. Mi ánimo me lo está exigiendo, y también el de mis compañeros, que

               me desgarran el corazón viniendo llorosos ante mí, cuando tú estás aparte”.

                   »Así le dije, y al momento me respondía la divina entre las diosas:

                   »“Divino hijo de Laertes, muy mañoso Odiseo, no os quedéis ya por más
               tiempo,  contra  vuestro  deseo,  en  mi  casa.  Pero  antes  es  preciso  que
               emprendáis  otro  viaje,  y  lleguéis  a  la  mansión  de  Hades  y  la  augusta
               Perséfone, a fin de consultar el alma del tebano Tiresias, el profeta ciego, cuya

               inteligencia perdura constante. Es el único a quien Perséfone, una vez muerto,
               le ha mantenido una mente sagaz. Los demás vagan por allí como sombras”.

                   »Así me habló, y entonces se me estremeció el corazón. Me puse a llorar
               tendido en la cama y mi ánimo se negaba a vivir y a ver más la luz del sol.

                   »Después de que me cansé de llorar y dar vueltas, la repliqué, contestando
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