Page 107 - La Odisea alt.
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trampa. Todos ellos juntos fueron destruidos, ninguno de ellos escapó. Durante

               largo tiempo estuve en espera observando”.

                   »Así dijo y yo me colgué de mis hombros mi espada de clavos de plata,
               grande y de bronce, y me ceñí el arco; y le ordené que, sin tardar, me guiara
               por  el  camino.  Mas  él  se  me  abrazó  a  las  rodillas  con  ambas  manos  y  me
               suplicaba:


                   »“No me lleves allí, contra mi voluntad, vástago de Zeus, sino que déjame
               quedarme.  Porque  sé  que  no  vas  a  regresar  tú  ni  traerás  a  ningún  otro
               compañero. Escapemos ahora, a toda prisa, con los de aquí. Aún podríamos
               evitar el día fatal”.

                   »Así me habló. Pero yo, contestándole, dije:

                   »“Euríloco, sea. Quédate tú aquí, en este lugar, comiendo y bebiendo junto
               a nuestra cóncava nave negra. Pero yo voy a ir. Me empuja un firme deber”.


                   »Diciendo esto me alejé de la nave y del mar. Pero cuando, atravesando los
               valles  sagrados,  iba  ya  a  llegar  a  la  gran  morada  de  la  hechicera  Circe,
               entonces me salió al paso, mientras avanzaba yo hacia la casa, Hermes, el de
               la varita de oro, semejante a un joven muchacho al que le despunta el bozo, en
               la edad más atractiva de un hombre. Y me tomó de la mano, me saludó y me
               dijo:

                   »“¿Cómo,  otra  vez,  desdichado,  avanzas  solo  por  estos  parajes,  siendo

               desconocedor de tu meta? Tus camaradas están encerrados en el dominio de
               Circe,  como  cerdos  en  sus  atiborradas  cochineras.  ¿Es  que  vas  allá  a
               liberarlos? Te advierto que no volverás tampoco tú y te quedarás allí con los
               demás. Pero, bueno, te libraré del daño y te salvaré. Toma, con este potente
               filtro llégate a casa de Circe, que esto apartará de tu cabeza el día fatal. Voy a
               contarte todos los manejos maléficos de Circe. Te va a preparar un bebedizo,
               añadiendo  sus  drogas  a  la  comida,  pero  ni  aun  así  conseguirá  hechizarte.

               Porque lo va a impedir el remedio mágico que te voy a dar, y te explicaré el
               resto. Cuando Circe te apunte con su varita larguísima, entonces tú desenvaina
               tu  aguda  espada  de  tu  costado  y  atácala  como  si  desearas  matarla,  y  ella,
               amedrentada,  te  invitará  a  acostarte  a  su  lado.  Entonces  no  rechaces  ya  el
               lecho de la diosa, a fin de que libere a tus compañeros y te deje regresar. Pero

               pídele que te jure, con el gran juramento de los dioses, que no tramará contra
               tu persona ningún otro maleficio, no vaya a ser que, una vez desarmado, te
               deje tarado e impotente”.

                   »Después de hablar así el Argifonte me ofreció su remedio, tras arrancarlo
               del suelo, y me enseñó su aspecto. En la raíz era negro, pero su flor era blanca
               como la leche. “Moly” lo llaman los dioses. Es difícil de extraer, al menos
               para los mortales; los dioses lo pueden todo. Hermes marchóse luego hacia el
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