Page 110 - La Odisea alt.
P. 110

puse en marcha hacia la rauda nave y la orilla del mar. Encontré a mis leales

               compañeros en el rápido navío quejumbrosos y angustiados, que derramaban
               copiosas lágrimas. Como cuando los terneros en el establo, alrededor de las
               vacas de la majada que vuelven al redil, después de haberse saciado de pasto,
               todos a la vez acuden corriendo y saltando al encuentro, y no los retienen las
               vallas del cercado, sino que se precipitan en tropel mugiendo en torno de sus

               madres,  así  ellos  hacia  mí,  al  verme  ante  sus  ojos,  acudieron  en  montón
               llorando. Su ánimo les incitaba a sentir que era como si ya llegaran a su ciudad
               y  su  patria  en  la  pedregosa  Ítaca,  donde  nacieron  y  se  criaron.  Y,  entre
               sollozos, me dirigían sus aladas palabras:

                   »“De  tu  vuelta,  divino  señor,  nos  alegramos  tanto  como  si  hubiéramos
               llegado  a  Ítaca,  nuestra  tierra  patria.  ¡Pero  dinos  ahora  de  la  pérdida  de

               nuestros otros compañeros!”.
                   »Así decían, y yo les contesté con palabras cariñosas:


                   »“Primero saquemos la nave a tierra firme y guardemos nuestros bagajes y
               armas en las cuevas. Y vosotros aprestaos todos a seguirme para que veáis a
               vuestros  compañeros  en  la  sagrada  morada  de  Circe  cómo  beben  y  comen.
               Pues tienen para largo tiempo”».

                   »Así les hablé y ellos se pusieron a obedecer al punto mis palabras. Sin

               embargo Euríloco, solo frente a mí, retenía a los demás compañeros todos y
               hablándoles les decía estas palabras aladas:

                   »“Ah,  infelices,  ¿adónde  vamos  a  ir?  ¿Por  qué  deseáis  más  desgracias?
               ¿Penetrar en la casa de Circe, que a todos sin duda va a convertiros en jabalíes,
               lobos  o  leones,  que  tendremos  que  guardar  su  vasta  morada  a  la  fuerza?
               ¡Cómo nos trató el cíclope, cuando en su antro entraron nuestros compañeros
               y  los  guiaba  el  temerario  Odiseo!  ¡Pues  por  las  locuras  de  éste  perecieron

               aquéllos!”.

                   »Así  dijo.  Por  un  momento  tuve  la  intención  en  mi  mente  de  sacar  la
               espada afilada de mi costado y cortarle la cabeza y hacerla rodar por tierra,
               aunque me fuera un amigo muy íntimo. Pero los camaradas me contuvieron
               con palabras afectuosas por una y otra parte:

                   »“Divino amigo, dejémosle, si tú quieres, que se quede aquí junto a la nave
               y que vigile el barco. A nosotros guíanos a la sagrada morada de Circe”.


                   »Tras de hablar así nos distanciamos de la nave y del mar. Y ni siquiera
               Euríloco se quedó atrás al lado de la cóncava nave, sino que nos seguía. Pues
               temía mi severa amenaza.

                   »Entre tanto a los demás compañeros atentamente Circe los hizo bañar y
               ungir  con  aceite  perfumado,  y  los  vistió  con  túnicas  y  mantos  lanosos.  Los
   105   106   107   108   109   110   111   112   113   114   115