Page 106 - La Odisea alt.
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atrás a nosotros sollozando también.
»En el fondo del valle hallaron la morada de Circe con sus piedras bien
pulidas, en un terreno bien resguardado. A su alrededor había lobos
montaraces y leones, a los que había encantado, pues les había dado maléficos
bebedizos. Pero ellos no se lanzaron contra mis hombres, sino que se quedaron
tranquilos moviendo con halago sus largas colas. Como las menean los perros
a la vuelta de su dueño de un banquete, ya que siempre les trae golosinas a su
gusto. Así en torno a ellos los lobos de fuertes garras y los leones agitaban sus
colas. Ellos se espantaron al ver las terribles fieras. Se detuvieron ante las
puertas de la diosa de hermosas trenzas, y se pusieron a escuchar a Circe que,
en el interior, cantaba con hermosa voz, al tiempo que tejía una gran tela,
divina, como son las labores de los dioses, sutiles, llenas de gracia y esplendor.
Y entre ellos tomó la palabra Polites, capitán de guerreros, que era para mí el
más apreciado y el más fiel de mis camaradas:
»“¡Amigos, en el interior hay alguien que teje una gran tela y canta con
primor, y toda la casa deja resonando, acaso una diosa o una mujer! Bien,
llamemos enseguida”.
»Así dijo, y ellos se pusieron a llamarla a voces. Salió muy pronto y abrió
las refulgentes puertas y les invitó a entrar. Ellos la siguieron con
inconsciencia. Pero Euríloco quedóse. Temía, pues, que fuera una trampa. Los
hizo pasar y sentarse en sillas y sillones, y entonces empezó a prepararles una
mezcla de queso, cebada y dorada miel, con vino de Pramnos. Pero mezclaba
con la comida filtros maléficos, para que olvidaran por completo su tierra
patria. En cuanto se la ofreció y la apuraron, al punto los golpeó con su varita
y los encerró en las pocilgas. De cerdos tenían ya las cabezas, la voz, los pelos
y el cuerpo, aunque su mente permanecía tal como antes. Así entre sollozos se
quedaron encerrados. Y Circe les echó de comer bellotas, hayucos y frutos del
cornejo, lo que acostumbran a comer los cerdos que se revuelcan por el suelo.
»Euríloco llegó velozmente a nuestra rauda nave negra, para contarnos las
nuevas sobre sus camaradas y su amargo destino. No podía decirnos palabra
alguna, de ansioso que estaba, agobiado en su corazón por la enorme pena.
Los ojos se le llenaban de lágrimas, y su ánimo se deshacía en gemidos. Y
cuando ya todos estábamos cansados de preguntarle, entonces empezó a
contarnos la ruina de todos sus compañeros:
»“Nos metimos, como nos mandaste, ilustre Odiseo, a través de la espesura
y hallamos en medio del valle una hermosa mansión construida con pulidas
piedras, en un espacio bien abrigado. Allí alguien trabajaba en un amplio telar
y cantaba con clara voz, diosa o mujer. Ellos la llamaron a gritos y ella salió y
al punto abrió las refulgentes puertas y nos invitó a pasar. Todos a la vez la
siguieron con inconsciencia. Pero yo me quedé, sospechando que fuera una