Page 112 - La Odisea alt.
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a sus palabras:
»“¡Ah, Circe! ¿Quién nos guiará en ese viaje? Hasta el Hades nunca llegó
nadie en una negra nave”.
»Así dije, y al punto me contestó la divina entre las diosas:
»“Divino hijo de Laertes, muy mañoso Odiseo, que no te preocupe el
anhelo de un guía a bordo del barco. Alzad el mástil y desplegad las velas
blancas y aguardad. El soplo del Bóreas impulsará tu nave. Pero cuando en
ella hayas cruzado el océano hasta una baja ribera y los bosques sagrados de
Perséfone, altos chopos y sauces de frutos muertos, atraca allí la nave, en el
límite del océano de hondos remolinos, y dirígete tú a la casa de Hades
cercada de ríos. Por allí hacia el Aqueronte fluyen el Piriflegetonte y el Cocito,
que es un brazo del agua de la Estigia, y hay un peñón en la confluencia de los
dos estrepitosos ríos. Después de pasar frente a éstos, héroe, como te lo
aconsejo, excava un agujero de un codo de ancho y de largo, y derrama en él
una libación en honor de todos los muertos. Primero con una mezcla de leche
y miel, luego de dulce vino, y en tercer lugar de agua. Por encima esparce
blanca harina de cebada. Promete con fervorosa súplica a las inanes cabezas
de los muertos que al llegar a Ítaca vas a sacrificar la mejor vaca estéril de tus
dominios palaciegos y colmar con espléndidos dones una pira, y, aparte,
sacrificar en honor de Tiresias, de él solo, una oveja toda negra que destaque
en tus rebaños. Y, una vez que con tus plegarias hayas invocado a las ilustres
tribus de los muertos, entonces sacrifica un carnero y una oveja negra,
dirigiendo las víctimas hacia el Erebo, mientras tú desvías tu mirada
dirigiéndola a las fuentes de los ríos. Entonces acudirán numerosas almas de
muertos difuntos. Al punto advierte y ordena a tus compañeros que desuellen
y quemen las víctimas, ya degolladas por el cruel bronce, y que eleven sus
ruegos a los dioses, al poderoso Hades y a la augusta Perséfone. Tú,
desenvainada la afilada espada de tu costado, siéntate y no permitas a las
inanes cabezas de los muertos acercarse a la sangre hasta haber interrogado a
Tiresias. Allí pronto acudirá ante ti, caudillo de las tropas, el adivino, quien va
a decirte la ruta y los límites de tu viaje y tu retorno, cómo habrás de volver
por la mar rica en peces”.
»Así me habló, y muy pronto llegó la Aurora de áureo trono. Me vistió con
mis ropas, manto y túnica, y ella, la diosa, se puso un gran manto plateado,
reluciente y seductor, y en torno al talle se anudó un precioso ceñidor de oro, y
en su cabeza se puso el velo.
»Y yo, recorriendo la casa, exhortaba a mis compañeros con palabras
cariñosas, acercándome a ellos, uno por uno.
»“¡Dejad ya de dormir y de disfrutar el dulce sueño! ¡Vámonos ya! Me lo
ha aconsejado la venerable Circe”.