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a sus palabras:

                   »“¡Ah, Circe! ¿Quién nos guiará en ese viaje? Hasta el Hades nunca llegó
               nadie en una negra nave”.

                   »Así dije, y al punto me contestó la divina entre las diosas:

                   »“Divino  hijo  de  Laertes,  muy  mañoso  Odiseo,  que  no  te  preocupe  el
               anhelo de un guía a bordo del barco. Alzad el mástil y desplegad las velas
               blancas y aguardad. El soplo del Bóreas impulsará tu nave. Pero cuando en

               ella hayas cruzado el océano hasta una baja ribera y los bosques sagrados de
               Perséfone, altos chopos y sauces de frutos muertos, atraca allí la nave, en el
               límite  del  océano  de  hondos  remolinos,  y  dirígete  tú  a  la  casa  de  Hades
               cercada de ríos. Por allí hacia el Aqueronte fluyen el Piriflegetonte y el Cocito,
               que es un brazo del agua de la Estigia, y hay un peñón en la confluencia de los
               dos  estrepitosos  ríos.  Después  de  pasar  frente  a  éstos,  héroe,  como  te  lo

               aconsejo, excava un agujero de un codo de ancho y de largo, y derrama en él
               una libación en honor de todos los muertos. Primero con una mezcla de leche
               y miel, luego de dulce vino, y en tercer lugar de agua. Por encima esparce
               blanca harina de cebada. Promete con fervorosa súplica a las inanes cabezas
               de los muertos que al llegar a Ítaca vas a sacrificar la mejor vaca estéril de tus
               dominios  palaciegos  y  colmar  con  espléndidos  dones  una  pira,  y,  aparte,
               sacrificar en honor de Tiresias, de él solo, una oveja toda negra que destaque

               en tus rebaños. Y, una vez que con tus plegarias hayas invocado a las ilustres
               tribus  de  los  muertos,  entonces  sacrifica  un  carnero  y  una  oveja  negra,
               dirigiendo  las  víctimas  hacia  el  Erebo,  mientras  tú  desvías  tu  mirada
               dirigiéndola a las fuentes de los ríos. Entonces acudirán numerosas almas de
               muertos difuntos. Al punto advierte y ordena a tus compañeros que desuellen

               y quemen las víctimas, ya degolladas por el cruel bronce, y que eleven sus
               ruegos  a  los  dioses,  al  poderoso  Hades  y  a  la  augusta  Perséfone.  Tú,
               desenvainada  la  afilada  espada  de  tu  costado,  siéntate  y  no  permitas  a  las
               inanes cabezas de los muertos acercarse a la sangre hasta haber interrogado a
               Tiresias. Allí pronto acudirá ante ti, caudillo de las tropas, el adivino, quien va
               a decirte la ruta y los límites de tu viaje y tu retorno, cómo habrás de volver
               por la mar rica en peces”.


                   »Así me habló, y muy pronto llegó la Aurora de áureo trono. Me vistió con
               mis ropas, manto y túnica, y ella, la diosa, se puso un gran manto plateado,
               reluciente y seductor, y en torno al talle se anudó un precioso ceñidor de oro, y
               en su cabeza se puso el velo.

                   »Y  yo,  recorriendo  la  casa,  exhortaba  a  mis  compañeros  con  palabras
               cariñosas, acercándome a ellos, uno por uno.

                   »“¡Dejad ya de dormir y de disfrutar el dulce sueño! ¡Vámonos ya! Me lo

               ha aconsejado la venerable Circe”.
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