Page 114 - La Odisea alt.
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cielo, sino que una noche cruel está tensada sobre esos infelices. Al llegar allí
               atracamos la nave y tomamos con nosotros las reses, y echamos a andar a lo
               largo  de  la  orilla  del  océano,  hasta  que  llegamos  al  lugar  que  nos  había
               indicado  Circe.  Allí  Perimedes  y  Euríloco  detuvieron  a  las  víctimas,  y  yo,
               desenvainando la aguda espada de mi costado, cavé un agujero de un codo por
               un lado y por otro, y en torno vertimos una libación en honor de todos los

               muertos, primero con una mezcla de leche y miel, después con dulce vino, y
               en  tercer  lugar  con  agua.  Por  encima  esparcí  harina  blanca  de  cebada,  y
               prometí con intensa súplica a las inanes cabezas de los muertos que al llegar a
               Ítaca  les  sacrificaría  la  mejor  vaca  estéril  de  mis  dominios  palaciegos,  y
               colmaría una pira de espléndidos dones, y, además, sacrificaría en honor de
               Tiresias, de él solo, una oveja toda negra que destacara en mis rebaños. Y, tras
               haber suplicado con plegarias y rezos a las tribus de los difuntos, tomé a las

               ovejas  y  las  degollé  sobre  la  fosa,  y  se  derramó  su  sangre  negra  como  una
               nube.

                   »Empezaron a acudir en tropel saliendo del Erebo las almas de los muertos
               difuntos:  muchachas,  muchachos,  ancianos  de  larga  experiencia,  y  tiernas
               esposas  con  ánimo  destrozado  por  recientes  penas,  y  numerosos  guerreros
               traspasados por lanzas de bronce, combatientes que murieron con sus armas

               cubiertas  de  sangre.  Venían  por  un  lado  y  por  otro  en  gran  número  con  un
               clamor inmenso. A mí me atenazaba el pálido horror. Entonces di voces a mis
               compañeros  y  les  ordené  desollar  y  quemar  a  las  víctimas  que  yacían
               degolladas  por  el  cruel  bronce  y  orar  a  los  dioses,  al  poderoso  Hades  y  la
               augusta  Perséfone,  mientras  que  yo,  desenvainando  la  aguda  espada  de  mi
               costado, me quedaba en guardia e impedía a las inanes cabezas de los muertos

               acercarse a la sangre hasta que hubiera interrogado a Tiresias.

                   »Acudió  la  primera  el  alma  de  nuestro  camarada  Elpénor,  pues  aún  no
               había  penetrado  en  la  tierra  de  vastas  sendas,  ya  que  dejamos  nosotros  su
               cadáver  en  el  patio  de  Circe,  sin  llantos  e  insepulto,  porque  nos  urgía  otra
               tarea. Al verle me eché a llorar y lo compadecí en mi ánimo, y hablándole le
               dije estas palabras aladas:

                   »“¿Cómo  has  llegado,  Elpénor,  a  estas  densas  tinieblas?  Llegaste  antes

               caminando que yo en mi negra nave”.

                   Así le hablé, y él, gemebundo, contestó estas palabras:

                   »“Divino hijo de Laertes, muy mañoso Odiseo, me derribaron el maligno
               destino  dictado  por  un  dios  y  el  exceso  de  vino.  Acostado  en  el  terrado  de
               Circe  no  pensé  en  bajar  por  medio  de  la  larga  escalera,  sino  que  caí
               precipitándome desde el techo. Se me partió el cuello por las vértebras, y mi

               alma descendió al Hades. Ahora a ti te suplico, por los que dejaste atrás, los
               ausentes, por tu esposa y tu padre, que te crio de pequeño, y por Telémaco, al
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