Page 99 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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dijo Sancho. ¿Y qué es ésto que me ha sucedido? Sin duda este pecador está herido de muerte, pues

                  vomita sangre por la boca. Pero reparando un poco más en ello, echó de ver en la color, sabor y olor,

                  que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fué tanto el asco que

                  tomó, que revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron

                  entrambos como de perlas. Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué limpiarse y
                  con qué curar a su amo, y como no las halló, estuvo a punto de perder el juicio; maldíjose de nuevo;

                  y propuso en su corazón de dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo

                  servido y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula.

                  Levántose en esto Don Quijote, y puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de

                  salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su

                  amo (tal era de leal y bien acondicionado), y fuese a donde su escudero estaba, de pechos sobre su

                  asno, con la mano en la mejilla en guisa de hombre pensativo, además, y viéndole Don Quijote de

                  aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le dijo: Sábete, Sancho, que no es un hombre más

                  que otro si no hace más que otro: todas esta borrascas que nos suceden son señales de que presto ha
                  de serenar el tiempo, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien

                  sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca, así que

                  no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte de ellas.

                  ¿Cómo no? respondió Sancho; ¿por ventura el que ayer mantearon era otro que el hijo de mi padre?

                  ¿y las alforjas que hoy me faltan son de otro que del mismo? ¿Qué, te faltan las alforjas, Sancho?

                  dijo Don Quijote. Sí que me faltan, respondió Sancho. ¿De ese modo, no tenemos que comer hoy?

                  replicó Don Quijote. Eso fuera, respondió Sancho, cuando faltaran por estos prados las yerbas que
                  vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan mal aventurados

                  caballeros andantes, como vuestra merced es.


                  Con todo eso, respondió Don Quijote, tomara yo más aina un cuartel de pan, o una hogaza y dos

                  cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado
                  doctor Laguna; mas con todo ésto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mi, que Dios,

                  que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su servicio como


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