Page 102 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Pasmóse Sancho en viéndolas, y Don Quijote no las tuvo todas consigo: tiró el uno del cabestro a su
asno, y el otro de las riendas a su rocino, y estuvieron quedos mirando atentamente lo que podía ser
aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se llegaban, mayores
parecían, a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le
erizaron a Don Quijote, el cual, animándose un poco, dijo: Esta sin duda, Sancho, debe de ser
grandísima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo.
¡Desdichado de mí! respondió Sancho. Si acaso esta aventura fuese de fantasmas como me lo va
pareciendo, ¿adónde habrá costillas que la sufran? Por más fantasmas que sean, dijo Don Quijote,
no consentiré yo que te toquen en el pelo de la ropa, que si la otra vez se burlaron contigo, fue
porque no pude saltar las paredes del corral, pero ahora estamos en campo raso, donde podré yo
como quisiera esgrimir mi espada. Y si le encantan y entomecen como la otra vez lo hicieron, dijo
Sancho, ¿qué aprovechará estar en campo abierto o no? Con todo eso, replicó Don Quijote, te ruego
Sancho, que tengas buen ánimo, que la experiencia te dará a entender el que yo tengo. Sí tendré, si a
Dios place, respondió Sancho, y apartándose los dos a un lado del camino, tornaron a mirar
atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser, y de allí a muy poco
descubrieron muchos encamisados, cuya
temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con
diente como quien tiene frío de cuartana; y creció más el batir y dentellear cuando distintamente
vieron lo que era, porque descubrieron hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas
encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual seguían
otros seis de a caballo enlutados hasta los piés de las mulas, que bien vieron que no eran caballos en
el sosiego con que caminaban; iban los encamisados murmurando entre sí con una voz baja y
compasiva.
Esta extraña visión a tales horas y en despoblado bien bastaba para poner miedo en el corazón de
Sancho, y aún en el de su amo, y así fuera en cuanto a Don Quijote, que ya Sancho había dado al
través con todo su esfuerzo: lo contrario le avino a su amo, al cual en aquel punto se le representó en
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