Page 103 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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su imaginación al vivo que aquella era una de las aventuras de sus libros; figurósele que la litera
eran andas donde debían de ir algún mal ferido o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba
reservada, y sin hacer otro discurso enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con el gentil brío y
continente se puso en la mitad del camino por donde los encaminados forzosamente habían de
pasar, y cuando los vio cerca, alzó la voz y dijo: Deteneos, caballeros, quien quiera que seais, y
dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, a dónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis,
que, según las muestras, o vosotros habeis fecho, o vos han fecho algún desaguisado, y conviene y es
menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que ficisteis, o bien para vengaros del tuerto
que vos ficieron. Vamos de priesa, respondió uno de los encamisados, y está la venta lejos y no nos
podemos detener a dar tanta cuenta como pedís. Y picando la mula pasó adelante. Sintióse desta
respuesta grandemente Don Quijote, y trabando a la mula del freno dijo: Deteneos y sed más bien
criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla.
Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espantó de manera que alzándose en sus pies dió
con su dueño por las ancas en el suelo. Un mozo que iba a pie, viendo caer al encamisado, comenzó
a denostar a Don Quijote, el cual, ya encolerizado sin esperar más, enristrando su lanzón arremetió
a uno de los enlutados, y mal ferido dio con él en tierra, y revolviéndose por los demás, era cosa de
ver con la presteza que los acometía y desbarataba, que no parecía sino que en aquel instante le
habían nacido alas a Rocinante, según andaba de ligero y orgulloso. Todos los encamisados eran
gente medrosa y sin armas, y así con facilidad en un momento dejaron la refriega, y comenzaron a
correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecían sino a los de las mascaras, que
en noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados, asimismo revueltos y envueltos en sus
faldamentas y lobas, no se podían mover; así que muy a su salvo Don Quijote los apaleó a todos, y
les hizo dejar su sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquel no era hombre, sino diablo
del infierno, que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban.
Todo lo miraba Sancho admirado del ardimiento de su señor, y decía entre sí: Sin duda este mi amo
es tan valiente y esforzado como él dice. Estaba un hacha ardiendo en el suelo junto al primero que
derribó la mula, a cuya luz le pudo ver Don Quijote, y llegándose a él le puso la punta del lanzón en
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