Page 96 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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poderoso duque de Nervia, Espartafilardo del Bosque, que trae por empresa en el escudo una
esparraguera con una letra en castellano, que dice así: "Rastrea mi suerte".
Y desta manera fué nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrón que él se imaginaba,
y a todos les dió sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su
nunca vista locura, y sin parar prosiguió diciendo: A este escuadrón frontero forman y hacen gentes
de diversas naciones; aquí están los que beben las dulces aguas del famoso Janto, los montuosos
que pisan los masilíscos campos, los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia, los que
gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte, los que sangran por muchas y diversas
vías al dorado Pactolo, los mumidas dudosos en sus promesas, los persas en arcos y flechas famosos,
los partos, los medos, que pelean huyendo, los árabes de mudables casas, los citas tan crueles como
blancos, los etíopes de horadados labios, y otras infinitas naciones cuyos rostros conozco y veo,
aunque de los nombres no me acuerdo. En estotro escuadrón vienen los que beben las corrientes
cristalinas del olivífero Betis, los que tersan y pulen con el licor del siempre rico y dorado Tajo, los
que gozan las provechosas aguas del divino Genil, los que pisan los tartesios campos de pastos
abundantes, los que se alegran en elíseos jerezanos prados, los manchegos ricos y coronados de
rubias espigas, los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda, los que en Pisuerga se
bañan, famoso por la mansedumbre de su corriente, los que su ganado apacientan en las extendidas
dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso, los que tiemblan con el frío del
silboso Pirineo y con los blancos copos del levantado Apenino; finalmente, cuantos toda la Europa
en sí contiene y encierrra.
¡Válame Dios, y cuántas provincias dijo, cuántas naciones nombró, dándole a cada una con
maravillosa presteza los atributos que le pertenecían, todo absorto y empapado en lo que había leído
en sus libros mentirosos! Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras sin hablar ninguna, y de
cuando en cuando volvía la cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes que su amo nombraba, y
como no descubría a ninguno le dijo: Señor, encomiendo al diablo, si hombre, ni gigante, ni
caballero de cuantos vuestra merced dice parece por todo esto, a lo menos yo no los veo; quizá todo
esto debe ser encantamiento como las fantasmas de anoche.
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