Page 94 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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es el día, oh Sancho, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte; este es el día,

                  digo, en que se ha de mostrar tanto como en otro alguno el valor de mi brazo, y en que tengo de

                  hacer obras que queden escritas en el libro de la fama por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella

                  polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de

                  diversas e innumerables gentes compuesto, por allí viene marchando. A esa cuenta, dos deben de
                  ser, dijo Sancho, porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda. Volvió

                  a mirarla Don Quijote, y vió que así era la verdad; y alegrándose sobremanera, pensó sin duda

                  alguna que eran dos ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa

                  llanura, porque tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas,

                  encantamientos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de caballería se cuentan; y
                  todo cuanto hablaba, pensaba o hacía, era encaminado a cosas semejantes, y a la polvareda que

                  había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros, que por el mismo camino de

                  dos diferentes partes venían, las cuales con el polvo no se echaron de ver hasta que llegaron cerca; y

                  con tanto ahínco afirmaba Don Quijote que eran ejército, que Sancho le vino a creer, y a decirle:

                  Señor, ¿pues qué hemos de hacer nosotros? ¿Qué? dijo Don Quijote. Favorecer y ayudar a los

                  menesterosos y desvalidos; y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente lo conduce

                  y guía el gran emperador Alifanfaron, señor de la grande isla Trapobana; este otro, que a mis
                  espaldas marcha, es el de su enemigo el rey de los Garamantas, Pentapolin del arremangado brazo,

                  porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo.


                  Pues ¿por qué se quieren tan mal estos dos señores? preguntó Sancho. Quiérense mal, respondió

                  Don Quijote, porque este Alifanfaron es un furibundo pagano, y está enamorado de la hija de
                  Pentapolin, que es una muy hermosa y además agraciada señora, y es cristiana, y su padre no se la

                  quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta Mahoma, y se vuelve a la

                  suya. Para mis barbas, dijo Sancho, si no hace muy bien Pentapolin, y que le tengo de ayudar en

                  cuanto pudiere. En eso harás lo que debes, Sancho, dijo Don Quijote, porque para entrar en batallas

                  semejantes no requiere ser armado caballero. Bien se me alcanza eso, respondió Sancho; pero

                  ¿dónde pondremos a este asno, que estemos ciertos de hallarle después de pasada la refriega,


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