Page 98 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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alcuza tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la

                  boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano.

                  Tal fue el golpe primero, y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del

                  caballo abajo. Llegáronse a él los pastores, y creyendo que le habían muerto, y así con mucha priesa

                  recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y sin averiguar otra

                  cosa se fueron. Estábase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta, mirando las locuras que su amo

                  hacía, y arrancábase las barbas, maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le había dado a

                  conocer. Viéndole, pues, caído en el suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y
                  llegóse a él, y hallándole de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido, y díjole: ¿No le decía

                  yo, señor Don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas

                  de carneros?


                  Como éso puede desaparecer y contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo, respondió Don
                  Quijote: sábete, Sancho, que es muy facil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y este

                  maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vío que yo había de alcanzar desta batalla, ha

                  vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas. Si no haz una cosa, Sancho, por mi vida,

                  porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y síguelos bonitamente, y

                  verás cómo, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven en su ser primero, y dejando de ser

                  carneros, son hombres hechos y derechos, como te los pinté primero, pero no vayas ahora, que he
                  menester tu favor y ayuda; llégate a mí, y mira cuántas muelas y dientes me faltan, que me parece

                  que no me ha quedado ninguno en la boca.


                  Llegóse Sancho tan cerca, que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el

                  bálsamo en el estómago de Don Quijote, y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca, arrojó de sí,
                  más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y le dió con todo ello en las barbas del compasivo

                  escudero. ¡Santa María!









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