Page 101 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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allí iba muy seguido. Yéndose, pues, poco a poco, porque el dolor de las quijadas de Don Quijote no
le dejaba sosegar, ni atender a darse priesa, quiso Sancho entretenelle y divertirle diciéndole alguna
cosa, y entre otras que le dijo, fue lo que se dirá en el siguiente capítulo.
Capítulo 19: De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió
con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos.
Paréceme, señor mío, que todas estas desventuras que estos días nos han sucedido, sin duda alguna
han sido pena del pecado cometido por vuestra merced contra la orden de caballería, no habiendo
cumplido el juramento que hizo de no comer pan a manteles ni con la reina folgar, con todo aquello
que a esto se sigue y vuestra merced juró de cumplir, hasta quitar aquel almete de Malandrino, o
como se llama el moro, que no me acuerdo bien. Tienes mucha razón, Sancho, dijo Don Quijote;
mas para decirte verdad, ello se me había pasado de la memoria y también puedes tener por cierto
que por la culpa de no habérmelo tú acordado en tiempo, te sucedió aquello de la manta; pero yo
haré la enmienda, que modos hay de composición en la orden de la caballería para todo. ¿Pues juré
yo algo por dicha? respondió Sancho. No importa que no hayas jurado, dijo Don Quijote; basta que
yo entiendo que de participantes no estás muy seguro, y por sí o por no, no será malo proveernos de
remedio. Pues si ello es así, dijo Sancho, mire vuestra merced, no se le torne a olvidar ésto como lo
del juramento; quizá les volverá la gana a los fantasmas de solazarse otra vez conmigo, y aún con
vuestra merced, si le ven tan pertinaz.
En éstas y otras pláticas les tomó la noche en mitad del camino, sin tener ni descubrir donde aquella
noche se recogiesen, y lo que no había de bueno en ello, era que perecían de hambre, que con la falta
de las alforjas les faltó toda la despensa y matalotaje; y para acabar de confirmar esta desgracia, les
una aventura, que sin artificio alguno verdaderamente lo parecía, y fue que la noche cerró con
alguna oscuridad; pero con todo esto caminaban, creyendo Sancho que, pues aquel camino era real,
a una o dos leguas de buena razón hallaría en él alguna venta. Yendo, pues, desta manera, la noche
oscura, el escudero hambriento, y el amo con ganas de comer, vieron que por el mismo camino que
iban venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían.
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