Page 92 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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fiadores, que eran sus espaldas. Verdad es que el ventero se quedó con sus alforjas en pago de lo que
se le debía; mas Sancho no las echo menos, según salió turbado. Quiso el ventero atrancar bien la
puerta así como le vió fuera; mas no lo consintieron los manteadores, que era gente que, aunque
Don Quijote fuera verdaderamente de los caballeros andantes de la Tabla Redonda, no le estimaran
en dos ardites.
Capítulo 18: Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor Don Quijote con
otras aventuras dignas de ser contadas.
Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado, tanto que no podía arrear a su jumento. Cuando así
le vió Don Quijote, le dijo: Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta es
encantado sin duda, porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían
ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo ésto, por haber visto que cuando estuve por
las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni
menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que te juro por la fe de
quien soy, que si pudiera subir o apearme, que yo te hubiera vengado de manera que aquellos
follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a
las leyes de caballería, que como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga
mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propia vida y persona en caso de urgente y
gran necesidad. También me vengara yo si pudiera, dijo Sancho, fuera o no fuera armado caballero;
pero no pude, aunque tengo para mí que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni
hombres encantados, como vuestra merced dice, sino hombres de carne y de hueso como nosotros y
todos, según los oí nombrar cuando me volteaban, tenían sus nombres, que el uno se llamaba Pedro
Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo; así
que, señor, el no poder saltar las bardas del corral, ni apearse del caballo, en él estuvo que en
encantamientos; y lo que yo saco en limpio de todo ésto, es que estas aventuras que andamos
buscando, al cabo al cabo nos han de traer a tantas desventuras, que no sepamos cuál es nuestro pie
derecho; y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a
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