Page 90 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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la orden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto (sin que hasta ahora haya leído cosa en
contrario) que jamás pagaron posada, ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de
fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que
padecen buscando las aventuras de noche y de día, en
invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las
inclemencias del cielo, y a todos los incómodos de la tierra.
Poco tengo yo que ver con eso, respondió el ventero: Págueseme a mí lo que se me debe, y
dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi
hacienda. Vos sois un sandio y mal hostelero, respondió Don Quijote. Y poniendo piernas a
Rocinante, y terciando su lanzón, se salió de la venta sin que nadie le detuviese; y él, sin mirar si le
seguía su escudero, se alongó un buen trecho. El ventero, que le vio ir, y que no le pagaba, acudió a
cobrar de Sancho Panza, el cual dijo, que pues su señor no había querido pagar, que tampoco él
pagaría, porque siendo él escudero de caballero andante como era, la misma regla y razón corría por
él como por su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas. Amohinóse mucho desto el
ventero, y amenazóle que si no le pagaba, lo cobraría de modo que le pesase. A lo cual Sancho
respondió, que por la ley de caballería que su amo había recibido, no pagaría un solo cornado
aunque le costase la vida, porque no había de perder por él la buena y antigua usanza de los
caballeros andantes, ni se habían de quejar de los escuderos de los tales que estaban por venir al
mundo, reprochándole el quebrantamiento de tan justo fuero.
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho, que entre la gente que estaba en la venta se hallasen
cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del potro de Córdoba, y dos vecinos de la heria de Sevilla,
gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona; los cuales casi como instigados y movidos de
un mismo espíritu, se llegaron a Sancho, y apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la
cama del huésped, y echándole en ella alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de lo
que habían menester para su obra y determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo, y allí
puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarla en alto y a holgarse con él como un
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