Page 88 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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cruz a modo de bendición; a todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y el cuadrillero,
que ya el arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus machos.
Hecho esto, quisó él mismo hacer luego la experiencia de la virtud de aquel precioso bálsamo que él
se imaginaba; y así se bebió de lo que no pudo caber en la alcuza, y quedaba en la olla donde se
había cocido casi media azumbre, y apenas lo acabó de beber cuando comenzó a vomitar de manera
que no le quedó cosa en el estómago, y con las ansias y agitación del vómito le dió un sudor
copiosísimo, por lo cual mandó que lo arropasen y le dejasen solo. Hiciéronlo así, y quedóse
dormido más de tres horas, al cabo de las cuales despertó, y se sintió aliviadísimo del cuerpo, y en
tal manera mejor de su quebrantamiento, que se tuvo por sano, y verdaderamente creyó que había
acertado con el bálsamo de Fierabrás, y que con aquel remedio podía acometer desde allí adelante
sin temor alguno cualesquiera
riñas, batallas y pendencias, por peligrosas que fuesen. Sancho Panza, que también tuvo a milagro la
mejoría de su amo, le rogó que le diese a él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad.
Concedióselo Don Quijote, y él tomándola a dos manos con buena fe y mejor talante, se la echó a
pechos, y se envasó bien poco menos que su amo. Es, pues, el caso que el estómago del pobre
Sancho no debía de ser tan delicado como el de su amo, y así primero que vomitase le dieron tantas
ansias y bascas con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era
llegada su última hora, y viéndose tan afligido y acongojado, maldecía el bálsamo y el ladrón que se
lo había dado. Viéndole así Don Quijote le dijo: Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser
armado caballero, porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son. Si
eso sabía vuestra merced, replicó Sancho, mal haya yo y toda mi parentela, ¿para qué consintió que
lo gustase?
En esto hizo su operación el brevaje, y comenzó el pobre escudero a desaguarse por entrambas
canales con tanta priesa que la estera de enea, sobre quien se había vuelto a echar, ni la manta de
angeo con que se cubría fueron más de provecho; sudaba y trasudaba con tales parasismos y
accidentes, que no solamente él, sino todos pensaban que se le acababa la vida. Duróle esta borrasca
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