Page 87 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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respondió Don Quijote, si fuera que vos; ¿úsase en esta tierra hablar desa suerte a los caballeros

                  andantes, majadero?

                  El cuadrillero que se vio tratar tan mal de un hombre de tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y

                  alzando el candil con todo su aceite dió a Don Quijote con él en la cabeza, de suerte que le dejó muy

                  bien descalabrado; y como todo quedó a oscuras, salióse luego, y Sancho Panza dijo: Sin duda,

                  señor, que este es el moro encantado, y debe de guardar el tesoro para otros, y para nosotros sólo

                  guarda las puñadas y los candilazos. Así es, respondió Don Quijote, y no hay que hacer caso destas

                  cosas de encantamientos, ni para qué tomar cólera ni enojo con ellas, que como son invisibles y
                  fantásticas, no hallaremos de quién vengarnos, aunque más lo procuremos.Levántate, Sancho, si

                  puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y

                  romero, para hacer el salutífero bálsamo, que en verdad que creo que lo he bien menester ahora,

                  porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado.

                  Levantóse Sancho con harto dolor de sus huesos, y fué a oscuras donde estaba el ventero, y

                  encontrándose con el cuadrillero, que estaba escuchando en qué paraba su enemigo, le dijo: Señor,

                  quien quiera que seais, hacednos merced y beneficio de darnos un poco de romero, aceite, sal y vino,

                  que es menester para curar uno de los mejores caballeros andantes que hay en la tierra, el cual yace

                  en aquella cama mal ferido por las manos del encantado moro que está en esta venta. Cuando el

                  cuadrillero tal oyó, túvole por hombre falto de seso; y porque ya comenzaba a amanecer, abrió la
                  puerta de la venta, y llamando al ventero, le dijo lo que aquel buen hombre quería. El ventero le

                  proveyó de cuanto quiso, y Sancho se lo llevó a Don Quijote, que estaba con las manos en la cabeza

                  quejándose del dolor del candilazo, que no le había hecho más mal que levantarle dos chichones

                  algo crecidos, y lo que él pensaba que era sangre, no era sino sudor que sudaba con la congoja de la

                  pasada tormenta. En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto mezclándolos

                  todos y cociéndolos un buen espacio hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego

                  alguna redoma para echallo, y como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza o
                  aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo grata donación; y luego dijo sobre la alcuza más

                  de ochenta Pater Noster y otras tantas Ave Marías, Salves y Credos, y cada palabra acompañaba una


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