Page 86 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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mano pegada a algún brazo de algún descomunal gigante, y asentándome una puñada en las

                  quijadas, tal que las tengo todas bañadas en sangre, y después me molió de tal suerte, que estoy peor

                  que ayer cuando los arrieros por demasías de Rocinante nos hicieron el agravio que sabes; por

                  donde conjeturo: que el tesoro de la fermosura de esta doncella le debe de guardar algún encantado

                  moro, y no debe de ser para mí.

                  Ni para mí tampoco, respondió Sancho, porque más de cuatrocientos moros me han aporreado de

                  manera que el molimiento de las estacas fue tortas y pan pintado; pero dígame, señor, ¿cómo llama

                  a esta buena y rara aventura, habiendo quedado de ella cual quedamos? Aún vuestra merced menos
                  mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho; pero yo ¿qué tuve sino

                  los mayores porrazos que pienso recibir en toda mi vida? Desdichado de mí y de la madre que me

                  parió, que no soy caballero andante ni lo pienso ser jamás, y de todas las malandanzas me cabe la

                  mayor parte. ¿Luego también estás tú aporreado? respondió Don Quijote. ¿No le he dicho que sí,

                  pese a mi linaje? dijo Sancho. No tengas penas, amigo, dijo Don Quijote, que yo haré ahora el

                  bálsamo precioso, con que sanaremos en un abrir y cerrar de ojos.

                  Acabó en esto de encender el candil el cuadrillero, y entró a ver el que pensaba que era muerto, y así

                  como le vió entrar Sancho, viéndole venir en camisa y con su paño a la cabeza y candil en la mano y

                  con una muy mala cara, preguntó a su amo: Señor, ¿si será este a dicha el moro encantado que nos

                  vuelve a castigar si se dejó algo en el tintero? No puede ser el moro, respondió Don Quijote, porque
                  los




                  encantados no se dejan ver de nadie. Si no se dejan ver, déjanse sentir, dijo Sancho; si no díganlo

                  mis espaldas. También lo podrían decir las mías, respondió Don Quijote; pero no es bastante indicio

                  eso para creer que éste que se ve sea el encantado moro.

                  Llegó el cuadrillero, y como los halló hablando en tan sosegada conversación quedó suspenso. Bien

                  es verdad que Don Quijote se estaba boca arriba sin poderse menear de puro molido y emplastado.

                  Llegóse a él el cuadrillero y díjole: Pues ¿cómo va buen hombre? Hablara yo más bien criado,



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