Page 85 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Don Quijote, y salió a buscar luz para buscar y prender los delincuentes; mas no la halló, porque el
ventero de industria había muerto la lámpara cuando se retiró a su estancia, y fuele preciso acudir a
la chimenea, donde con mucho trabajo y tiempo encendió el cuadrillero otro candil.
Capítulo 17: Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo Don Quijote y su buen
escudero Sancho Panza pasaron en la venta, que por su mal pensó que era castillo
Había ya vuelto en este tiempo de su parasismo Don Quijote, y con el mismo tono de voz que el día
antes había llamado a su escudero cuando estaba tendido en el val de las estacas, le comenzó a
llamar diciendo: ¿Sancho amigo, duermes? ¿Duermes, amigo Sancho? Qué tengo de dormir, pesia a
mí, respondió Sancho lleno de pesadumbre y de despecho, que no parece sino que todos los diablos
han andado conmigo esta noche. Puédeslo creer así sin duda, respondió Don Quijote, porque o yo sé
poco, o este castillo es encantado, porque has de saber... mas esto que ahora quiero decirte, hasme
de jurar que lo tendras secreto hasta después de mi muerte. Sí juro, respondió Sancho. Dígolo,
respondió Don Quijote, porque soy enemigo de que se quite la honra a nadie. Digo que sí juro, tornó
a decir Sancho, que lo callaré hasta después de los días de vuestra merced, y plega a Dios que lo
pueda descubrir mañana. ¿Tan malas obras te hago, Sancho, respondió Don Quijote, que me
querrías ver muerto con tanta brevedad? No es por eso, respondió Sancho, sino que soy enemigo de
guardar mucho las cosas, y no querría que se me pudriesen de guardadas. Sea por lo que fuere, dijo
Don Quijote, que más fío de tu amor y de tu cortesía; y así has de saber que esta noche me ha
sucedido una de las más extrañas aventuras que yo sabré encarecer, y por contártela en breve,
sabrás que poco ha que a mí vino la hija del señor de este castillo, que es la más apuesta y fermosa
doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¡Qué te podría decir del adorno de su
persona! ¡Qué de su gallardo entendimiento! ¡Qué de otras cosas ocultas, que por guardar la fe que
debo a mi señora Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio! Sólo te quiero decir, que
envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me había puesto en las manos, o quizá (y esto es lo
más cierto) que, como tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con ella en
dulcísimos y amorososímos coloquios, sin que yo la viese, ni supiese por dónde venía, vino una
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