Page 9 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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del camino por donde iba una venta, que fue como si viera una estrella, que a los portales, si no a los

                  alcázares de su redención, le encaminaba. Dióse priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que

                  anochecía. Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las cuales

                  iban a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y como a

                  nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba, le parecía ser hecho y pasar al modo de
                  lo que había leído, luego que vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y

                  chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos

                  adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta (que a él le parecía castillo),

                  y a poco trecho de ella detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre

                  las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo; pero como vió que
                  se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la

                  venta, y vió a las dos distraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas

                  doncellas, o dos graciosas damas, que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto

                  sucedió acaso que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos

                  (que sin perdón así se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le

                  representó a D. Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida, y así con

                  extraño contento llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella
                  suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero Don Quijote,

                  coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoso

                  rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo: non fuyan las vuestras mercedes, nin teman

                  desaguisado alguno, ca a la órden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno,

                  cuanto más a tan altas doncellas, como vuestras presencias demuestran. Mirábanle las mozas y

                  andaban con los ojos buscándole el rostro que la mala visera le encubría; mas como se oyeron
                  llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de manera, que Don

                  Quijote vino a correrse y a decirles: Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez

                  además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes

                  mal talante, que el mío non es de al que de serviros. El lenguaje no entendido de las señoras, y el



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