Page 6 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo

                  ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió,

                  deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su

                  parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era,

                  que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su
                  caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a

                  llamar don Quijote, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera

                  historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero

                  acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino

                  que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así
                  quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse don Quijote de la

                  Mancha, con que a su parecer declaraba muy al vivo su



                  linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. Limpias, pues, sus armas, hecho del

                  morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le

                  faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin

                  amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: si yo por malos de mis pecados,
                  por por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a

                  los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente,

                  le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre y se hinque de

                  rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: yo señora, soy el gigante

                  Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se

                  debe alabado caballero D. Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la
                  vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó

                  nuestro buen caballero, cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién dar nombre

                  de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy

                  buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo



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