Page 13 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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ejercitado la ligereza de sus pies y sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando

                  muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas, y engañando a muchos pupilos, y finalmente,

                  dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que a lo último se

                  había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con toda su hacienda y con las ajenas,

                  recogiendo en él a todos los caballeros andantes de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo
                  por la mucha afición que les tenía, y porque partiesen con él de su shaberes en pago de su buen

                  deseo. Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas,

                  porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero en caso de necesidad él sabía que se podían

                  velar donde quiera, y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana,

                  siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias de manera que él quedase armado caballero, y
                  tan caballero que no pudiese ser más en el mundo. Preguntóle si traía dineros: respondió Don

                  Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes

                  que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba: que puesto caso que en las

                  historias no se escribía, por haberles parecido a los autores de ellas que no era menester escribir una

                  cosa tan clara y tan necesaria de traerse, como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había

                  de creer que no los trajeron; y así tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes

                  (de que tantos libros están llenos y atestados) llevaban bien erradas las bolsas por lo que pudiese
                  sucederles, y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar

                  las heridas que recibían, porque no todas veces en los campos y desiertos, donde se combatían y

                  salían heridos, había quien los curase, si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo que

                  luego los socorría, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma

                  de agua de tal virtud, que en gustando alguna gota de ella, luego al punto


                  quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno no hubiesen tenido; mas que en tanto

                  que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen

                  proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y

                  cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos (que eran pocas y raras veces), ellos



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