Page 12 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y
las rameras damas, y el ventero castellano del castillo; y con esto daba por bien empleada su
determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle
que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recibir la órden de caballería.
Capítulo 3: Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero
Y así, fatigado de este pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena, la cual acabada llamó al
ventero, y encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole, no me
levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía, me otorgue un don
que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano. El ventero
que vió a su huésped a sus pies, y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándole, sin saber qué
hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase; y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que
él le otorgaba el don que le pedía. No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor
mío, respondió D. Quijote; y así os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha
sido otorgado, es que mañana, en aquel día, me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla
de este vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto
deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras
en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo
soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado. El ventero, que como está dicho, era un poco
socarrón, y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando
acabó de oír semejantes razones, y por tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor;
así le dijo que andaba muy acertado en lo qeu deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y
natural de los caballeros tan principales como él parecía, y como su gallarda presencia mostraba, y
que él ansimesmo, en los años de su mocedad se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por
diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los percheles de Málaga,
islas de Riarán, compás de Sevilla, azoguejo de Segovia, la olivera de Valencia, rondilla de Granada,
playa de Sanlúcar, potro de Córdoba, y las ventillas de Toledo, y otras diversas partes donde había
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