Page 11 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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desarmaban, eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo), les dijo con mucho

                  donaire:


                  Nunca fuera caballero de damas tan bien servido, como fuera D. Quijote cuando de su aldea vino;

                  doncellas curaban dél, princesas de su Rocino.


                  O Rocinante, que este es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y Don Quijote de la Mancha el mío;
                  que puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me

                  descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote, ha sido

                  causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero tiempo vendrá en que las vuestras señorías

                  me manden, y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros. Las

                  mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le

                  preguntaron si quería comer alguna cosa. Cualquiera yantaría yo, respondió D. Quijote, porque a lo

                  que entiendo me haría mucho al caso. A dicha acertó a ser viernes aquél día, y no había en toda la
                  venta sino unas raciones de un pescado, que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacalao, y

                  en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced

                  truchuela, que no había otro pescado que darle a comer. Como haya muchas truchuelas, respondió

                  D. Quijote, podrán servir de una trueba; porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos,

                  que una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera,
                  que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo

                  y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas. Pusiéronle la mesa a la puerta de

                  la venta por el fresco, y trájole el huésped una porción de mal remojado, y peor cocido bacalao, y un

                  pan tan negro y mugriento como sus armas. Pero era materia de grande risa verle comer, porque

                  como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos, si otro

                  no se lo daba y ponía; y así una de aquellas señoras sería de este menester; mas el darle de beber no

                  fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro,
                  le iba echando el vino. Y todo esto lo recibía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la

                  celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó sonó su

                  silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar Don Quijote que estaba en

                                             Portal Educativo EducaCYL
                                              http://www.educa.jcyl.es
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