Page 5 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era
todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama
que tenía y aun a su sobrina de añadidura. En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más
extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario,
así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e
irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo
aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de
agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.
Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del imperio de Trapisonda:
y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dió
priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que habían
sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban
puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una
gran falta, y era que no tenía celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria,
porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía una
apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una
cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había
hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por
asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de
dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia
de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más
cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit, le pareció
que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron
en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de
caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba
acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo
que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él
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