Page 4 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo

                  Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y

                  recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener

                  el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel

                  acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de
                  tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun

                  saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces

                  competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había

                  sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del

                  mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía
                  comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición

                  para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la

                  valentía no le iba en zaga. En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las

                  noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho

                  leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello

                  que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas,

                  requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación
                  que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había

                  otra



                  historia más cierta en el mundo. Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero

                  que no tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés había partido por

                  medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en
                  Roncesvalle había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando

                  ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque

                  con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable

                  y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir



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