Page 7 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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supo ni se dió cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de
señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y
se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural
del Toboso, nombre a su parecer músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y
a sus cosas había puesto.
Capítulo 2: Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso D. Quijote
Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento,
apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios
que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y
deudas que satisfacer; y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese,
una mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del mes de Julio), se armó de todas sus
armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y
por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con
cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vió en el campo, cuando le
asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa: y fue que
le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a la ley de caballería, ni podía ni
debía tomar armas con ningún caballero; y puesto qeu lo fuera, había de llevar armas blancas, como
novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos
le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de
hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron,
según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas pensaba limpiarlas de
manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño: y con esto se quietó y prosiguió su
camino, sin llevar otro que el que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de
las aventuras. Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo, y
diciendo: ¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, ciando salga a luz la verdadera historia de
mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue a contar esta mi
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