Page 83 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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tenía en sus brazos a la diosa de la hermosura; y teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le
comenzó a decir: Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña
merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho; pero ha querido la
fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y
quebrantado, que aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera imposible; y más que
se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par
Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos; que si ésto no hubiera de
por medio, no fuera yo tan sándio caballero que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que
vuestra gran bondad me ha puesto.
Maritornes estaba congojadísima y trasudando de verse tan asida de Don Quijote, y sin entender, ni
estar atenta a las razones que le decía, procuraba sin hablar palabra desasirse. El bueno del arriero,
a quien tenían despiertos sus malos deseos, desde el punto que entró su coima por la puerta, la
sintió, estuvo atentamente escuchando todo lo que Don Quijote decía, y celoso de que la asturiana le
hubiese faltado a la palabra por otro, se fué llegando más al lecho de Don Quijote, y estúvose quedo
hasta ver en que paraban aquellas razones que él no podía entender; pero como vió que la moza
forcejeaba por desasirse, y Don Quijote trabajaba por tenerla, pareciéndole mal la burla, enarboló el
brazo en alto, y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero,
que le bañó toda la boca en sangre, y no contento con esto se le subió encima de las costillas, y con
los piés más que de trote se las paseó todas de cabo a cabo. El lecho, que era un poco endeble y de no
firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dió consigo en el suelo, a cuyo
gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque
habiéndola llamado a voces no respondía. Con esta sospecha se levantó, y encendiendo un candil, se
fué hacia donde había sentido la pelea. La moza, viendo que su amo venía, y que era de condición
terrible, toda medrosica y alborotada se acogió a la cama de Sancho Panza, que aún dormía, y allí se
acurrucó y se hizo un
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