Page 84 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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ovillo. El ventero entró diciendo: ¿Adónde estas puta? A buen seguro que son tus cosas éstas. En
esto despertó Sancho, y sintiéndo aquel bulto casi encima de sí, pensó que tenía la pesadilla, y
comenzó a dar puñadas a una y otra parte, y entre otras alcanzó con no sé cuántas a Maritornes, la
cual, sentida del dolor, echando a rodar la honestidad, dio el retorno a Sancho con tantas, que a su
despecho le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de aquella manera y sin saber de quién,
alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la más reñida y
graciosa escaramuza del mundo.
Viendo, pues, el arriero a la lumbre del candil del ventero cual andaba su dama, dejando a Don
Quijote, acudió a dalle el socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero; pero con intención diferente,
porque fue a castigar a la moza, creyendo sin duda que ella sola era la ocasión de toda aquella
armonía. Y así como suele decirse, el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el
arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza y todos menudeaban con tanta
priesa, que no daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y como
quedaron a oscuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto, que a do quiera que ponían la mano
no dejaban cosa sana.
Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de los que llaman de la Santa Hermandad
vieja de Toledo, el cual, oyendo asimismo el extraño estruendo de la pelea, asió de su media vara y
de la caja de lata de sus títulos, y entró a oscuras en el aposento diciendo: Téngase a la justicia,
téngase a la Santa Hermandad. Y el primero con quién topó fué con el apuñeado de Don Quijote,
que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno; y echándole, a tiento,
mano a las barbas, no cesaba de decir: Favor a la justicia... Pero viendo que el que tenía asido no se
bullía ni se meneaba, se dió a entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus
matadores, y con esta sospecha reforzó la voz, diciendo: Ciérrese la puerta de la venta, miren que no
se vaya nadie, que han muerto aquí a un hombre.
Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retiróse el
ventero a su aposento, el arriero a sus enjalmas, la moza a su rancho; sólo los desventurados Don
Quijote y Sancho no se pudieron mover de donde estaban. Soltó en esto el cuadrillero la barba de
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