Page 80 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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del sueño hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caído. Ahí está el
toque, señora, respondió Sancho Panza, que yo sin soñar nada, sino estando más despierto que
ahora estoy, me hallo con pocos menos cardenales que mi señor Don Quijote.
¿Cómo se llama este caballero? preguntó la asturiana Maritornes. Don Quijote de la Mancha,
respondió Sancho Panza, y es caballero aventurero y de los mejores y más fuertes que de luengos
tiempos acá se han visto en el mundo. ¿Qué es caballero aventurero? replicó la moza. ¿Tan nueva
sois en el mundo que no lo sabeis vos? respondió Sancho Panza: Pues sabed, hermana mía, que
caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador; hoy está la más
desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendrá dos o tres coronas de reinos
que dar a su escudero. Pues ¿cómo vos, siendo de este tan buen señor, dijo la ventera, no tenéis a lo
que parece siquiera algun condado? Aún es temprano, respondió Sancho, porque no ha sino un mes
que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea, y tal
vez hay que se busca una cosa y se halla otra; verdad es que si mi señor Don Quijote sana de esta
herida o caída, y yo quedo contrecho della, no trocaría mis esperanzas con el mejor título de España.
Todas estas pláticas estaba escuchando muy atento Don Quijote, y sentándose en el lecho como
pudo, tomando de la mano a la ventera, le dijo: Creedme, fermosa señora, que os podeis llamar
venturosa por haber alojado en este vuestro castillo a mi persona, que es tal, que si no la alabo es
por lo que suele decirse, que la alabanza propia envilece, pero mi escudero os dirá quien soy; sólo os
digo que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio que me habedes fecho para
agradecéroslo mientras la vida me durase; y pluguiera a los altos cielos que el amor no me tuviera
tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata que digo entre mis
dientes, que los de esta fermosa doncella fueran señores de mi libertad.
Confusas estaban la ventera y su hija, y la buena de Maritornes, oyendo las razones del andante
caballero, que así las entendían como si hablara en griego; aunque bien alcanzaron que todas se
encaminaban a ofrecimientos y requiebros: y como no usadas a semejante lenguaje, mirábanle y
admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban; y agradeciéndoles con venteriles
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