Page 79 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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El ventero que vió a Don Quijote atravesado en el asno, preguntó a Sancho qué mal traía. Sancho le
respondió que no era nada, sino que había dado una caída de una peña abajo, y que tenía algo
brumadas las costillas. Tenía el ventero por mujer a una, no de la condición que suelen tener las de
semejante trato, porque naturalmente era caritativa y se dolía de las calamidades de sus prójimos, y
así acudió luego a curar a Don Quijote, e hizo que una hija suya doncella, muchacha y de muy buen
parecer, la ayudase a curar a su huésped. Servía a la venta asimismo una moza asturiana, ancha de
cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta, y del otro no muy sana: verdad es que la
gallardía del cuerpo suplía las demás faltas; no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las
espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera. Esta
gentil moza, pues, ayudó a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a Don Quijote en un
caramanchón, que otros tiempos daba manifiestos indicios que había servido de pajar muchos años,
en el cual también alojaba un arriero que tenía su cama hecha un poco más allá de la de nuestro Don
Quijote, y aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacía mucha ventaja a la de Don
Quijote, que sólo contenía cuatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que
en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que a no mostrar que eran de lana por algunas roturas,
al tiento en la dureza semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada
cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo en la cuenta. En esta maldita cama se
acostó Don Quijote; luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba a abajo, alumbrándoles
Maritornes, que así se llamaba la asturiana, y como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a
partes a Don Quijote, dijo que aquellos más parecían golpes que caída. No fueron golpes, dijo
Sancho, sino que la peña tenía muchos picos y tropezones, y que que cada uno había hecho su
cardenal. Y también le dijo: Haga vuestra merced, señora, de manera que queden algunas estopas,
que no faltará quien las haya menester, que también me duelen a mí un poco los lomos. ¿De esa
manera, respondió la ventera, también debísteis vos de caer? No caí, dijo Sancho Panza, sino que de
el sobresalto que tomé de ver caer a mi amo, de tal manera me duele a mí el cuerpo, que me parece
que me han dado mil palos. Bien podría ser eso, dijo la doncella, que a mí me ha acontecido muchas
veces soñar que caía de una torre abajo y que nunca acababa de llegar al suelo y cuando despertaba
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