Page 78 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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¿Quién dijera que tras de aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a aquel

                  desdichado andante, había de venir por la posta y en seguimiento suyo esta tan grande tempestad

                  de palos que ha descargado sobre nuestras espaldas? Aun las tuyas, Sancho, replicó Don Quijote,

                  deben de estar hechas a semejantes nublados; pero las mías, criadas entre sinabafas y holandas,

                  claro está que sentirán más el dolor de esta desgracia; y si no fuese porque imagino, qué digo
                  imagino; sé muy cierto que todas estas incomodidades son muy anejas al ejercicio de las armas, aquí

                  me dejaría morir de puro enojo. A esto replicó el escudero: Señor, ya que estas desgracias son de la

                  cosecha de la caballería, dígame vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos

                  limitados en que acaecen; porque me parece a mí que a dos cosechas quedaremos inútiles para la

                  tercera, si Dios por su infinita misericordia no nos socorre. Sábete, amigo Sancho, respondió Don




                  Quijote, que la vida de los caballeros andantes está sujeta a mil peligros y desventuras, y ni más ni
                  menos está en potencia propincua de ser los caballeros andantes reyes y emperadores, como lo ha

                  mostrado la experiencia en muchos y diversos caballeros de cuyas historias yo tengo entera noticia.

                  Y pudiérate contar ahora, si el dolor me diera lugar, de algunos que sólo por el valor de su brazo han

                  subido a los altos grados que he contado, y estos mismos se vieron antes y después en diversas

                  calamidades y miserias, porque el valeroso Amadís de Gaula se vió en poder de su mortal enemigo

                  Arcaláus el encantador, de quien se tiene por averiguado que le dio, teniéndole preso, más de
                  doscientos azotes con las riendas de su caballo, atado a una columna de un patio; y aun hay un autor

                  secreto y de no poco crédito que dice, que habiendo cogido al caballero del Febo con una cierta

                  trampa que se le hundió debajo de los pies en un cierto castillo, al caer se halló en una honda sima

                  debajo de la tierra, atado de pies y manos, y allí le echaron una destas que llaman melecinas de agua

                  de nieve y arena, de lo que llegó muy al cabo, y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un

                  sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero...




                  Capítulo 16: De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él imaginaba ser castillo.



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