Page 76 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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incitado y movido del ejemplo de su amo; y a las primeras dio Don Quijote una cuchillada a uno que
le abrió un sayo de cuero de que venía vestido con gran parte de la espalda. Los yangüeses que se
vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas; y
cogiendo a los dos en medio, comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahínco y vehemencia;
verdad es que el segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mismo le avino a Don Quijote,
sin que le valiese su destreza y buen ánimo; quiso su ventura que viniese a caer a los pies de
Rocinante, que aún no se había levantado: donde se echa de ver la furia con que machacan estacas
puestas en manos rústicas y enojadas. Viendo, pues, los yangüeses el mal recado que habían hecho,
con la mayor presteza que pudieron cargaron su recua y siguieron su camino, dejando a los dos
aventureros de mala traza y de peor talante. El primero que se resintió fue Sancho Panza, y
hallándose junto a su señor, con voz enferma y lastimada dijo: Señor Don Quijote, ¡ah, Señor Don
Quijote! ¿Qué quieres, Sancho hermano? respondió Don Quijote con el mismo tono afeminado y
doliente que Sancho. Querría, si fuese posible, respondió Sancho Panza, que vuestra merced me
diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene vuestra merced ahí a mano; quizá
será de provecho para los quebrantamientos de huesos, como lo es para las feridas. Pues a tenerla yo
aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? respondió Don Quijote. Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe
de caballero andante, que antes que
pasasen dos días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder, o mal me han de
andar las manos. ¿Pues en cuántos le parece a vuestra merced que podremos mover los pies? replicó
Sancho Panza. De mí sé decir, dijo el molido caballero Don Quijote, que no sabré poner término a
esos días; mas yo no tengo la culpa de todo, que no había de poner mano a la espada contra
hombres que no fuesen armados caballeros como yo; y así creo que en pena de haber pasado las
leyes de la caallería ha permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo; por lo cual,
hermano Sancho, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho a la
salud de entrambos; y es que, cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no
aguardes a que yo ponga mano a la espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera, sino
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