Page 73 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado. Este general desengaño sirva

                  a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y entiéndase de aquí adelante, que si

                  alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque a quien a nadie quiere, a ninguno

                  debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera

                  y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala: el que me llama ingrata, no me sirva; el que
                  desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta

                  cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá, ni seguirá, en ninguna manera. Que si a

                  Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y

                  recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la

                  pierda, el que quiera que la tenga, con los hombres¿ Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no
                  codicio las ajenas: tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no

                  engaño a este, ni solicito a aquel, ni me burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación

                  honesta de las zagalas destas aldeas, y el cuidado de mis cabras me entretiene; tienen mis deseos

                  por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con

                  que camina el alma, a su morada primera.

                  Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado

                  de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su

                  hermosura, a todos los que allí estaban.

                  Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos

                  estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo

                  cual visto por Don Quijote, pareciéndole qeu allí venía bien usar de su caballería socorriendo a las

                  doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo:

                  ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela,

                  so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras razones la poca o ninguna

                  culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos
                  de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo qeu en lugar de ser seguida y perseguida, sea





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