Page 72 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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amábades? Cuanto más que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal

                  cual es, el cielo me la dio de gracia sin yo pedirla ni escogella; y así como la víbora no merece ser

                  culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco

                  yo merrezco ser reprendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego

                  apartado, o como la espada aguda, que ni él quema, ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La
                  honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe parecer

                  hermoso; pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y alma más adornan y

                  hermosean, ¿por qué la ha




                  de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquél que por solo su

                  gusto con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder libre

                  escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas
                  destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y

                  hermosura. Fuego soy apartado, y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he

                  desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado

                  alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que no es obra

                  mía que antes le mató su porfía que mi crueldad; y si me hace cargo que eran honestos sus

                  pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo
                  lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía

                  era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los

                  despojos de mi hermosura; y si él con todo este desengaño quiso porfiar contra la esperanza y

                  navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le

                  entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió

                  desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí

                  la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquél a quien le faltaron las prometidas esperanzas,
                  confiese el qeu yo llamare, ufánese el qeu yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a

                  quien yo no prometo, engaño, llamo, ni admito. El cielo aun hasta ahora no ha querido que yo llame


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