Page 71 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos
suspensos que los que nunca la habían visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con
muestras de ánimo indignado, le dijo: ¿vienes a ver por ventura, oh fiero basilisco destas montañas,
si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida; o
vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro
despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar arrogante este desdichado cadáver,
como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que
más gustas, que por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en
vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.
No vengo, oh Ambrosio, a ninguna cosa de las que has dicho, respondió Marcela, sino a volver por
mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la
muerte de Grisóstomo me culpan. Y así ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no
será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.
Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que sin ser poderosos a otra cosa, a
que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté
yo obligada a amaros. Yo conozco con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo
hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de eser amado, esté obligado lo que es amado por
hermoso a amar a quien le ama; y más que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo,
y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir quiérote por hermosa, hazme de amar
aunque sea feo. Pero puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr
iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista y no rinden
la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas
y descaminadas sin saber en cuál habían de parar, porque siendo infinitos los sujetos hermosos,
infinitos habían de ser los deseos; y según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de
ser voluntario y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi
voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Sino, decidme: si como el
cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me
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