Page 68 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Escucha, pues, y presta atento oído no al concertado son, sino al ruido que de lo hondo de mi
amargo pecho, llevado de un forzoso desvarío, por gusto mío sale y tu despecho.
El rugir del león, del lobo fiero el temeroso aullido, el silbo horrendo de escamosa serpiente, el
espantable
Bbaladro de algún monstruo, el agorero graznar de la corneja, y el estruendo del viento contrastado
en mar inestable:
Del ya vencido toro el implacable bramido, y de la viuda tortolilla el sensible arrullar, el triste canto
del enviudado buho, con el llanto de toda la infernal negra cuadrilla,
Salgan con la doliente ánima fuera, mezclados en un son de tal manera que se confundan los
sentidos todos, pues la pena cruel que en mí se halla para contarla pide nuevos modos.
De tanta confusión, no las arenas del padre Tajo oirán los tristes ecos, ni del famoso Betis las olivas:
que allí se esparcirán mis duras penas en altos riscos y en profundos huecos, con muerta lengua y
con palabras vivas;
O ya en oscuros valles o en esquivas playas desnudas de contrato humano, o adonde el sol jamás
mostró su lumbre, o entre la venenosa muchedumbre, de fieras que alimenta el Nislo llano:
Que puestos en los páramos desiertos los ecos roncos de mi mal inciertos suenen con tu rigor tan sin
segundo, por privilegio de mis cortos hados serán llevados por el ancho mundo.
Mata un desdén, aterrada paciencia o verdadera o falsa una sospecha; mata los celos con rigor tan
fuerte;
Desconcierta la vida larga ausencia; contra un temor de olvido no aprovecha firme esperanza de
dichosa suerte.
En todo hay cierta, inevitable muerte; mas yo, ¡milagro nunca visto! vivo celoso, ausente, desdeñado
y cierto de las sospechas que me tienen muerto: y en el olvido en quien mi fuego avivo.
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