Page 69 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Y entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza; ni yo desesperado

                  la procuro, antes por extremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro. ¿Puédese por

                  ventura en un instante esperar y temer, o es bien hacello, siendo las causas del temor más ciertas?

                  ¿Tengo, si el duro celo está delante, de cerrar estos ojos, si he de vello por mil heridas en el alma

                  abiertas? ¿Quién no abrirá de par en par las puertas a la desconfianza, cuando mira descubierto el
                  desdén, y las sospechas ¡Oh amarga conversión! verdades hechas, y la limpia verdad vuelta en

                  mentira?


                  ¡Oh en el reino de amor fieros tiranos celos! ponedme un hierro en estas manos. Dam, desdén, una

                  torcida soga. ¡Mas ay de mí! que con cruel victoria vuestra memoria el sufrimiento ahoga.

                  Yo muero, en fin, y porque nunca espere, buen suceso en la muerte ni en la vida, pertinaz estaré en

                  mi fantasía:

                  Diré que va acertado el que bien quiere y que es más libre el alma más rendida a la de amor antigua

                  tiranía.


                  Diré que la enemiga siempre mía, hermosa el alma como el cuerpo tiene, y que su olvido de mi culpa
                  nace, y que en fe de los males que nos hace amor su imperio en justa paz mantiene.




                  Y con esta opinión y un duro lazo, acelerando el miserable plazo a que me han conducido sus

                  desdenes, ofreceré a los vientos cuerpo y alma sin lauro o palma de futuros bienes.


                  Tú, que con tantas sinrazones muestras la razón que me fuerza a que la haga a la cansada vida que
                  aborrezco; pues ya ves que te da notorias muestras esta del corazón profunda llaga, de cómo alegre a

                  tu rigor me ofrezco;


                  Si por dicha conoces que merezco que el cielo claro de tus bellos ojos en mi muerte se turbe, no lo

                  hagas, que no quiero que en nada satisfagas al darte de mi alma los despojos.

                  Antes con risa en la ocasión funesta descubre que el fin mío fue tu fiesta. Mas gran simpleza es

                  avisarte desto, pues sé que está tu gloria conocida en que mi vida llegue al fin tan presto.



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