Page 65 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Castilla; Alencastros, Pallas y Meneses de Portugal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje,

                  aunque moderno, tal que puede dar generoso principio a las más ilustres



                  familias de los venideros siglos; y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso

                  Cerbino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:

                  Nadie las mueva que estar no pueda con Roldán a prueba.

                  Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo, respondió el caminante, no le osaré yo poner con el

                  del Toboso de la Mancha puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha

                  llegado a mis oídos. Como ese no habrá llegado, replicó Don Quijote. Con gran atención iban

                  escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mismos cabreros y pastores

                  conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro Don Quijote. Sancho Panza pensaba que cuanto

                  su amo decía era verdad, sabiendo él quién era, habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo
                  que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni

                  tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso. En estas pláticas

                  iban cuando vieron que por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte

                  pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos, y coronados con guirnaldas que, a lo que

                  después pareció, eran cual de tejo y cual de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de

                  mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual, visto por uno de los cabreros, dijo: aquellos que allí
                  vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él

                  mandó que le enterrasen. Por eso se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían

                  habían puesto las andas en el suelo, y cuatro dellos con agudos picos, estaban cavando la sepultura a

                  un lado de una dura peña. Recibiéronse los unos y los otros cortésmente, y luego, Don Quijote, y los

                  que con él venían, se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo

                  muerto, y vestido como pastor, de edad al parecer de treinta años; y aunque muerto, mostraba que

                  vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mismas
                  andas algunos libros y muchos papeles abiertos y cerrados; y así los que estos miraban como los que

                  abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que


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