Page 60 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Mas apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del Oriente, cuando los cinco de los seis
cabreros se levantaron y fueron a despertar a Don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito
de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otra
cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él
hizo con mucha diligencia, y con la misma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieron
andado un cuarto de legua, cuando al cruzar de una senda vieron venir hacia ellos hasta seis
pastores vestidos con pellicos negros, y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga
adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano; venían con ellos asimismo dos
gentiles hombres de a caballo tan bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los
acompañaban. En llegándose a juntar se saludaron cortésmente, y preguntándose los unos a los
otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro, y así comenzaron a
caminar todos juntos. Uno de los de a caballo, hablando con su compañero le dijo: - Paréceme,
señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en ver este
famoso entierro que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contado extrañezas,
así del muerto pastor como de la pastora homicida. Así me lo parece a mí, respondió Vivaldo, y no
digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle. Preguntóles Don
Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella
madrugada habían encontrado con aquellos pastores, y que por haberles visto en aquel tan triste
traje les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó,
contando las eztrañezas y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que
la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó lo que
Pedro a Don Quijote había contado. Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se
llamaba Vivaldo a Don Quijote, qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera
por tierra tan pacífica. A lo cual respondió Don Quijote: - La profesión de mi ejercicio no consiente
ni permite que yo ande de otra manera; el buen paso, el regalo y el reposo allá se inventaron para los
blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para
aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de
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